Me pregunto si la gente está harta porque los partidos no logran
ponerse de acuerdo para formar gobierno, o ese hartazgo y ese cansancio
provienen más bien de ver cada día el desfile de presuntos
sinvergüenzas, presuntos estafadores, presuntos evasores fiscales,
presuntos prevaricadores... Es la evidencia de que el Sistema está
podrido en sus propias raíces lo que ha llevado el desencanto popular
más allá de cualquier límite. La ciudadanía es consciente de que la
mierda nos llega hasta el cuello (gürteles, EREs, púnicas, choriceo
levantino, choriceo madrileño, choriceo andaluz, Lista Falciani, Papeles de Panamá,
Noos, cargos públicos corruptos, empresarios corruptores...). La cosa
podía soportarse cuando la expansión del Estado del Bienestar combinada
luego con la burbuja inmobiliaria propiciaba un mínimo reparto de los
beneficios. Pero desde el 2008 eso se ha acabado. La desigualdad, el
latrocinio sistemático y la desaforada codicia de las élites han dado el
tiro de gracia al contrato social.
Ahora, nos dicen que no es
para tanto, que no es admisible un código ético capaz de condenar sin
juicio a cualquiera que, por ejemplo, cree una inocente sociedad
pantalla en Panamá (verbi gratia, el diputado aragonés de Ciudadanos y
ex-PAR, José Luis Juste). No cuela. El ex-ministro Soria
puede esforzarse en argumentar su autoasignada impunidad y sus obvias
mentiras. Hay que ser muy canelo para creerle. A la postre... ¿Cómo
podríamos explicar el éxito de una trama tal que la de Manos Limpias y
Ausbanc, si no fuese porque los poderosos de este país tienen los
armarios llenos de cadáveres? ¿Qué chantajes judiciales o mediáticos
hubiesen sido posibles, si las supuestas víctimas de la extorsión no
tuvieran algo feo que ocultar? Además, manos Limpias vino muy bien para
tumbar a Garzón o últimamente para lanzar sucesivas querellas
contra Podemos (rechazadas todas ellas por los tribunales). Sin embargo,
los jefes de la banda (viejos ultraderechistas) se habían pasado de
rosca. El negocio les deslumbró y llegaron demasiado lejos. Claro.
(Continuará)
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