Los verdaderos peligros para el decaído ideal europeo no se incuban en lejanas montañas o desiertos (que diría Aznar).
El terrorismo yihadista no se proyecta tanto como un riesgo inmediato o
directo, sino como un catalizador o un detonante de otras amenazas más
inminentes, más próximas.
Europa, sus códigos democráticos y su
modelo de sociedad, cruje de verdad cuando los gobiernos aceptan el
acuerdo con los euroescépticos ingleses, o negocian la Asociación
Tras-atlántica de Comercio e Inversión (TTIP) con EEUU, o lanzan contra
Grecia un ataque financiero sin precedentes para después dejarla sola
ante la llegada de los refugiados que huyen de las guerras en Oriente
Medio, o suscriben un infame pacto con Turquía para aparcar allí a
dichos refugiados en condiciones de total inseguridad... La amenaza más
letal procede de los partidos y movimientos populistas de extrema
derecha que ganan terreno electoral con un mensaje eurófobo, violento y
radicalmente contrario a los valores que debieran identificar a la UE.
También de gobiernos ultrarreaccionarios como el de Polonia o Hungría, a
los que nadie mete en vereda. Está visto que en este Viejo Continente
es posible vulnerar con total impunidad los derechos humanos, pero...
¡ay de quien se atreva a condicionar, siquiera un poco, los intereses de
los mercados financieros!
Es peligrosa la tendencia de los
estados de la llamada Unión a promover (juntos o por separado; bajo el
liderazgo norteamericano o impulsados por sus propios intereses)
conflictos armados que luego no saben ni pueden controlar. También la
ineficacia de sus cancillerías, de sus ejércitos y de sus servicios
secretos, sobre todo en algunos países. Ineficacia que ha producido
errores monumentales, que facilita la actuación de los terroristas y
que, en última instancia, es disimulada por presidentes y ministros
(sean conservadores o socialdemócratas) mediante maniobras publicitarias
repletas de oportunismo.
No nos vencerán los guerreros de Dios, sino los neofascistas, los burócratas de Bruselas, los especuladores de la City y los políticos sin conciencia.
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