No sé que puede ser antes, si el nuevo gobierno de España o la
solución definitiva de la huelga del bus en Zaragoza. Mientras, cada día
que me siento ante el ordenador siento la inconmensurable fatiga de
quien se siente atrapado en un bucle temporal, una especie de Día de la
Marmota en el que las jornadas se suceden unas tras otras sin llegar a
ninguna parte. Uno no sabe qué opinar ni qué decir. Más me valdría
pasarme a la sección de Deportes. Aunque lo del Zaragoza también tiene
su guasa.
El mundo cambia por momentos. Pero aquí, en la Piel de Toro y su emblemática Tierra Noble, nos hemos instalado en una burbuja donde ni siquiera pequeñas conmociones como la retirada de Cesar Alierta sorprenden a nadie, pues sabemos del agujero financiero que arrastra Telefónica y de la peligrosa amistad que unió al emperador de las telecomunicaciones españolas (por la gracia de Aznar) y al exvicepresidente del propio Ejecutivo aznarí, Rodrigo Rato. Por eso, entre alabanza y alabanza al ilustre cesante, casi todo el mundo guiña el ojo.
¿Por qué tienen Mariano, Pedro y los demás tantas ganas de meterse a
gobernar, habida cuenta de lo que les (nos) espera? En este ejercicio
será preciso, si queremos cumplir con Bruselas, recortar algo más de
veinticinco mil millones. Todas las administraciones habrán de sacar
otra vez la podadera y no perdonar cosa alguna. Acojona. Incluso Rajoy
ha de tener miedo, en el fondo, de su propia herencia. Sánchez, por
supuesto, debería retroceder despavorido gritando ¡lagarto!, ¡lagarto!,
si no fuese porque Susana Díaz está ahí, cortándole la retirada.
El bucle no sólo es reiterativo, también absurdo. Como ese puzle
imposible en que se ha convertido el pacto de investidura (PSOE y C’s
excluyen respectivamente al PP y a Podemos, y así no hay forma de
cuadrar ningún trío). O como el conflicto en los autobuses zaragozanos,
que primero ha venido a demostrar el pésimo resultado que suele tener la
privatización de los servicios públicos; pero luego está contribuyendo a
cegar cualquier opción de ir hacia la municipalización. O sea, ni
p’atrás ni p’alante.
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