No es que a los españoles nos moleste la memoria, no. Lo que nos jode más bien es la memoria de los otros, porque a cada cual, según su familia, sus lecturas, su imaginario o su fantasía le ha correspondido una Historia que nada tiene que ver con la del prójimo. Según cierta teoría, existen infinitos mundos paralelos donde réplicas de cada uno de nosotros transitan por vidas diversas en las que un caleidoscopio de detalles, matices o divergencias se combinan y recombinan más allá de cualquier patrón. Por eso España y sus habitantes no andamos por ahí, con el corazón helado y adscritos a dos únicas maneras de ser y de pensar (aunque quede expresivo en el poema). En la pluridimensional curva del espacio-tiempo las maneras de ser español son inabarcables. De hecho cada uno tenemos una idea (tan peculiar como exageradamente precisa) de lo que nos ocurrió a nosotros y a nuestros ancestros a lo largo de los agitadísimo siglos XIX y XX. Procedemos de innumerables Iberias sacudidas por acontecimientos no menos innumerables.
Oigo y leo versiones del inmediato pasado que me llenan de perplejidad. Hablan de una ciudad, un país y una situación política que desconozco, aunque al parecer estuve allí. Pero si yo cuento sucedidos de mi juventud otros me miran como si fuese extraterreste. Por eso no me ha extrañado nada que la conmemoración del bicentenario de la Constitución de 1812 haya tenido una extraña atmósfera de invención dramática, mitad tragedia histórica mitad chirigota de Cádiz. La Pepa ha sido celebrada oficialmente por un Rey que desciende directamente del mismo Rey traidor que anuló la Constitución primigenia y asesinó a no pocos de sus redactores. Numerosos políticos y periodistas que han emitido sus aleluyas constitucionalistas al hilo de la efeméride presumen de liberales pero su actual posición les sitúa cien por cien en línea con los serviles de Fernando VII que en 1814 derogaron las primeras libertades y reinstauraron la Santa Inquisición. Podría creerse que en todo esto existe algún equívoco o maldad humana o maldición hispánica, pero es simple consecuencia de un fenómeno de la Física. Menos mal.
JOSÉ LUIS Trasobares 21/03/2012
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