En la boca de los metros parisinos, jóvenes militantes del PSF reparten el programa electoral de François Hollande. No entregan a los viandantes un simple tríptico de elaborado diseño y nulo contenido, no; lo que distribuyen masivamente es un folleto que incluye una carta personal del candidato y un desarrollo pormenorizado de sus propuestas. El aspirante socialista a la presidencia de Francia fue siempre un tipo más bien gris, pragmático y moderado. Pero ahora, tras ser seleccionado en unas primarias abiertas que movilizaron a millones de electores, maneja un argumentario netamente progresista que encaja con las elaboraciones históricas de su partido. Y según todas las encuestas va a ganar.
Leí un número de Le Parisien, el diario de la derecha, que informaba en primera página de la segura fuga de capitales que puede provocar el imparable ascenso de Hollande. Los ricos, se dice, huirán de esa reforma fiscal que preconiza el líder socialista y que gravaría con un 75% los ingresos superiores al millón de euros. Los futbolistas también amenazan con exiliarse. Pero a la ciudadanía francesa eso le trae tan sin cuidado como los virajes oportunistas de Sarkozy. La mayoría social no quiere verse obligada a desandar los caminos de la historia.
Porque una cosa muy buena de Francia es su institucionalización de los hitos históricos que configuraron el ideario republicano. En el subconsciente colectivo flotan bastillas, guillotinas, himnos, comunnes, héroes, heroínas, hitos revolucionarios... Y para mantener viva la memoria proliferan los monumentos, los nombres propios, el recuerdo constante de las fechas y los acontecimientos. Aquello (a diferencia de esto) parece un templo consagrado a la modernidad europea. Incluso se las han arreglado para disimular sus malos momentos, como cuando abandonaron a su suerte a la República española y después, derrotados de antemano, se vinieron abajo ante la invasión nazi.
A fecha de hoy, Francia es la gran esperanza de que la inercia destructiva y neoconservadora que empuja a la Unión Europea empiece a ser frenada. Ya saben: siempre nos quedará París.
JOSÉ LUIS Trasobares 12/03/2012
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