El reciente incendio forestal en el valle de Castanesa se produjo justo en el área donde está prevista la construcción de una macroestación de esquí conectada con Cerler. Pero en los primeros días de este mes de marzo allí no había nieve alguna, sino una vegetación reseca y agostada por el viento. La terrible y tremenda paradoja evidencia que el cambio climático ha pasado de ser un amenazante dato estadístico a producir efectos dramáticos. Sin embargo, el Aragón oficial y el oficioso no han querido darse por enterados. No suenan las alarmas, no hay debate, no se replantean las estrategias.
Luego se celebró el Día Mundial del Agua en medio de una atroz sequía. Las referencias al sistemático retroceso que sufre el régimen de precipitaciones fueron escasas y rutinarias, como por cumplir. Los dirigentes de los sistemas de riegos aragoneses obviaron tal circunstancia y se mantuvieron aferrados al Pacto del Agua y a su exigencia de que se construyan nuevos pantanos o se amplíen los actuales.
¿Cómo es posible que nadie piense en estudiar la situación, que no se desarrollen simuladores para anticipar el inmediato futuro y que no se corrijan o actualicen objetivos planteados hace más de un siglo? La pereza mental se alía con los más mezquinos intereses a la hora de mantener los discursos habituales ceñidos a temas y argumentos que ya no se creen ni quienes se empeñan en seguir divulgándolos. La opinión pública, saturada y perpleja, apenas presta atención a ese ruido de fondo adormecedor, monótono, ridículo. Y muchos que, por su posición y conocimiento, son conscientes de lo que está pasando prefieren callar por aquello de no significarse. Encefalograma plano.
En los últimos tiempos, Aramón ha acumulado una deuda que va camino de los cien millones. Parte de ese capital se destinó a comprar terrenos en Castanesa, donde se proyectó un complejo (con el consabido edificio del arquitecto Foster) absurdo e imposible, de un impacto medioambiental intolerable. Previamente se había ampliado Formigal por Espelunciecha con otro desembolso millonario, más destrucción y pobres resultados económicos. Todo esto se podía haber evitado, pero los responsables no estaban dispuestos a mirar la realidad de frente.
El absoluto fracaso de los últimos pantanos construidos en Aragón (Lechago, El Val) también aconseja replantear por completo el Pacto del Agua, un acuerdo tramposo, instado en su día por un político corrupto y que hoy carece de sentido. Pero la cúpula de los regantes pide a gritos seguir embalsando agua (¿qué agua?), como si el continente determinara el contenido, la inundación del territorio fuese una gracia y el dinero para las obras hidráulicas cayese del cielo.
No tienen remedio.
JOSÉ LUIS Trasobares 25/03/2012
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