Ah!, ¿pero creen ustedes que un servidor se la coge con papel de seda y aborrece el ocio adulto, el sexo, las drogas y el rock&roll? Pues se equivocan. Quien suscribe siempre fue de costumbres liberales, amigo de la marcha palillera, el placer y la buena vida sin más límite que el respeto por los demás y por la propia integridad física. Pero eso es una cosa y otra distinta echarse al coleto las recurrentes historias sobre hombres de negocios capaces de invertir aquí miles y miles de millones de euros para crear miles y miles de puestos de trabajo, a cambio, eso sí, de obtener paraísos legales y fiscales a su medida y poder meterle mano al dinero público. Para quedar fascinado por estas fabulaciones hace falta ser muy memo o muy sinvergüenza, o las dos cosas a la vez.
Ofrecer a escala masiva una diversión plastificada al estilo de Las Vegas o Macao es una idea que lleva años rodando por España. No creo que tome cuerpo jamás, tanto si la propuesta está hecha por supuestos magnates como si procede de evidentes mangantes. Pero si la cosa llegara a materializarse, den por seguro que se convertiría en un tumor maligno, un templo de corrupción, un foco de perturbación política y social.
España está alucinada, es indudable. Hay gente capaz de invertir sus ahorros en los negocios de los Ruiz Mateos, mientras instituciones (como el Gobierno de Aragón) traspasan cada año al multimillonario Bernie Ecclestone y a sus homólogos de Dorna decenas de millones procedentes del erario público. Los paradigmas del negocio mafioso (dinero negro, audacia, manipulación política y altas tasas de beneficio) han formado parte indisociable del negocio inmobiliario manejado por los supercárteles del suelo. El asalto privado a las grandes empresas públicas o semipúblicas (lo vimos con los antiguos monopolios estatales y lo vamos a ver con las cajas de ahorro) se lleva a cabo entre bastidores: un reparto de botín entre compinches.
Pero que precisamente ahora estemos dispuestos a meternos más en el cenagal en vez de salir huyendo de él, me asombra e inquieta. Una cosa es divertirse y otra degradarse.
JOSÉ LUIS Trasobares 03/03/2012
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