En el 2006, Agapito Iglesias, un empresario bien relacionado con quienes ocupaban entonces los principales despachos del Pignatelli, se hizo con el Real Zaragoza. En ese momento, la descripción oficiosa del fenómeno reproducida mecánicamente en la mayoría de los medios fascinó al opinión pública. Se hablaba de dos hitos que parecían al alcance de la mano: un estadio cinco estrellas y un equipo de Champions. Casi seis años después, tal estadio no existe aunque acumuló tres proyectos encargados y pagados, el Zaragoza es una SAD en concurso de acreedores que arrastra un agujero multimillonario y el equipo es un despojo deportivo abocado al descenso. Entre aquellas promesas y esta realidad, existe una diferencia abismal. ¿No deberíamos reflexionar en serio sobre semejante desencanto? ¿No somos capaces de bucear en la frustración para extraer alguna consecuencia?
Utilizo un suceso futbolístico como paradigma de una pléyade de hechos y acontecimientos similares. A riesgo de ponerme pesado debo invitar a todos los aragoneses (empezando por quienes van de líderes y de próceres) a que ejerciten la memoria aunque sea a través de las hemerotecas de los diarios que ahora se pueden consultar mediante herramientas informáticas. Si son un poco observadores detectarán un inusitado número de noticias, declaraciones oficiales, exclusivas incluso, aparatosamente transmitidas mediante grandes titulares y referidas a futuribles que jamás llegaron a concretarse. Palabras en el viento, pura ilusión. No haré un nuevo listado. Son tantas las patrañas y majaderías y se refieren a asuntos tan diversos, que contempladas en conjunto abruman. Una sociedad capaz de vivir sumida en semejante ficción tiene un problema muy serio. Más aún si no reacciona ni siquiera cuando el paso del tiempo va poniendo las cosas en su sitio.
Se fue Iglesias, llegó Rudi y no parece que el Aragón oficial esté dispuesto a salir del País de las Maravillas. Incluso siguen ofreciéndonoslas como una especie de escape ante la dureza cotidiana del ajuste. Vamos a ser mucho más pobres pero igual de ilusos. ¿Qué le echan al agua que bebemos?
JOSÉ LUIS Trasobares 19/03/2012
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