El Gobierno de Aragón estudia la sentencia sobre Castanesa por si
fuera posible recurrirla. ¿Para qué, si Aramón ya se veía incapaz de
abordar un plan tan caro y demencial? Para que no decaiga el imaginario.
Así que desde el Pignatelli dicen que la nieve sigue siendo fundamental
para el Pirineo (¿quién lo niega?), y el jefe del principal partido de
la oposición, Javier Lambán, agrega que el proyecto ahora estrellado (obra del Ejecutivo que presidió Marcelino Iglesias) respondía a una "sana intención".
Un paseo por las laderas del valle donde debían ir las supuestas pistas
de Cerler-Castanesa permitía deducir que aquello era un imposible.
Hubiera sido preciso rehacer las fortísimas pendientes, consolidar el
esponjoso suelo, canalizar las escorrentías y dinamitar los
afloramientos rocosos. El destrozo medioambiental y el gasto iban a ser
insostenibles. Y por si eso fuera poco, el hipotético dominio esquiable
quedaba bajo el viento del norte, la gabacha, capaz de barrer la nieve una y otra vez. "Sujetaremos los copos con chinchetas", dijo un asesor de los jefes.
Con la pretensión de construir miles de apartamentos, Aramón empezó de
inmediato a señalar suelos ofreciendo 240.000 euros por hectárea de
prado (36.000 abonados en el acto). Los ganaderos del valle se vieron,
de repente, millonarios. Al arquitecto Foster, designado autor de
la estación, se le pagaron de entrada más de tres millones libres de
impuestos por iniciar un diseño que jamás acabó. Increíble.
Con
este último tropiezo, Aramón eleva su agujero por encima de los cien
millones. La sociedad semipública, mal gestionada durante lustros, usada
para impulsar pelotazos en los valles, es una ruina: la ruina de todos
los aragoneses (y no es la única, claro). Para colmo, las decenas de
miles de segundas residencias construidas a destajo (algunas,
horrorosas) malogran ahora la oferta de la hostelería local. Un pan como
unas hostias.
Castanesa, pero no solo. No les repito el listado
de bromas y quimeras que han decaído o bien son una absurda realidad que
sigue devorando la pasta del contribuyente. Cuando recorro Zaragoza y
veo el Fleta como el pelado costillar de una ballena varada o la antigua
Escuela de Arte que jamás será el museo que Goya debería haber tenido, cuando recuerdo el pufo del estadio cinco estrellas y me entero de lo que está pasando con Averly, no dejo de pensar en dos cosas: a) que la incompetencia de los jefes sale aún más cara que sus presuntas corruptelas (o corrupciones de grueso calibre), y b)
que sería una excelente inversión pagar bien a los políticos, siempre
que fuesen personas preparadas, inteligentes, con iniciativa... y
honestas, por supuesto. Ya sé que esa especie no abunda. ¿Por qué no la
reclamamos con la papeleta electoral en la mano?
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