Sí, ha sido increíble esa escenificación de ETA, enseñando cuatro
hierros a los verificadores, garantizando de palabra su inutilización y
luego llevándoselos en una caja de cartón precintada con cinta
americana. Mas no cabe sorprenderse, pues tanto la organización
terrorista como todas sus terminales llevan mucho tiempo teatralizando
sus delirios, sus crímenes y ese asquerosete victimismo que destilan sus
dirigentes y cuadros.
Pero sobre las tablas de la vida política y
social española no sólo los sociópatas montan aquelarres. Hoy mismo, en
el debate sobre el estado de la nación, el presidente Rajoy
monologará sobre la ficción de que el país ha salido de la recesión y
cabalga impetuoso hacia la recuperación económica. Gracias a sus reformas,
por supuesto. Luego, el Congreso acabará polemizando sobre tal
espejismo, mientras en la realidad el consumo sigue muerto, la deflación
es clamorosa, los ingresos de los asalariados descienden al averno, el
déficit público crece sin cesar, se destruye aún más empleo y la
rescatada banca sobrevive en coma inducido con una morosidad sin
precedentes. Una pasada.
El problema es que esta comedia
demencial tiene su público y no poco éxito. ETA sublima su repugnante
trayectoria en cada éxito electoral de la izquierda abertzale
(¿izquierda?). El PP amarra a su electorado más fiel describiendo la
caída al abismo como una ascensión a los cielos. Cataluña es un
esperpento. Cada desfile de locos payasos (corrupciones, retroceso de
los derechos fundamentales, mentiras y canalladas) provoca el jolgorio
de los respectivos fanáticos. El consejero aragonés de Sanidad, Oliván,
presume en público de estar salvando el Salud a cuya destrucción, sin
embargo, se aplica con singular y evidente sadismo. Y no pasa nada. Nos
va la astrakanada. Nos encanta la pantomima. Les digo más: si Agapito, en vez de fracasar en su proyecto deportivo,
hubiera conseguido meter al Zaragoza en la Champions (cosas más raras
se han visto en el fútbol profesional), tendría ahora decenas de miles
de amigos que cerrarían los ojos al sainete de Plaza. Qué fácil es
engañar a la chusma.
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