Nadie sabía nada, nadie desconfiaba de nadie, nadie hizo nada malo...
Se limitaban a seguir la corriente, firmar sin leer y dar por sentado
que la vida es así. Frente a esta simpática actitud de los imputados
habituales, buena parte de la ciudadanía se precipita por el tobogán de
la desesperación y el cabreo. Cárcel, cárcel, cárcel, gritaba la miniplebe a las puertas de la Ciudad de la Justicia. Y Agapito,
dentro, lo negaba todo con el aplomo de los veteranos. Aunque, claro,
lo del dueño del Zaragoza apenas ha empezado. Plaza es mucha Plaza.
Como todos somos iguales ante la ley, quienes tropiezan con algún marrón se ponen como meta ser iguales... que la infanta Cristina:
hacer el paseíllo bajo estricta protección policial, repartir sonrisas,
recibir el saludo afectuoso de los abogados defensores e incluso del
fiscal. Luego, ya se sabe: no sé, no me acuerdo... yo, lo que me decía
mi marido. Carlos Escó, que fuera consejero delegado,
viceconsejero de Obras Públicas y gran jefe político de la Plataforma
Logística y otros asuntos, aseguró el martes que se limitaba a poner su
autógrafo donde le decía el gerente de la cosa, García Becerril. Antonio Asín, el alcalde Mallén, echó la culpa de sus errores administrativos
al secretario de su ayuntamiento. Agapito reforzó ayer su primera línea
de defensa responsabilizando de cualquier tropezón a uno de sus
ejecutivos, Gómez de la Fuente, que ya ha fallecido y no podrá
desmentirle. Bueno, y en el peor de los casos, siempre cabe contar con
la prescripción del delito o con esa doctrina judicial según la cual las
sociedades públicas se rigen por la normativa privada, y el que más
pueda, capador.
Un somero repaso de las instrucciones sumariales
relacionadas con Plaza evidencia que allí cada cual pilló lo que pudo
mientras se creaba el habitual vínculo viciado entre la política, el
deporte profesional y el negocio del ladrillo; vínculo que tiene
nombres, apellidos, contratos y sobrecostes perfectamente
identificables. Pero eso mismo cabe pensar de la martingala que se
traían entre manos Urdangarin y señora. Por eso, ahora, todos quieren ser como ella. ¡Infanta de España!
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