Mluchos nos horrorizamos al recibir las primeras noticias sobre la
masacre de Ceuta. Catorce muertos (como mínimo) aplastados y ahogados en
un espacio perfectamente controlable evidenciaban que allí algo se
había hecho mal, muy mal. Testimonios, evidencias, fotos y filmaciones
probaron inmediatamente después que aquello había sido un desastre, un
fracaso letal de los dispositivos de seguridad (¿de seguridad?). Pero
sobre todo dejaron con el culo al aire a cualificados portavoces del
Ministerio del Interior (por ejemplo al director de la Guardia Civil),
cuyas obvias mentiras, trufadas de amenazas a quienes osaban cuestionar
su falsaria versión de los hechos, dan náuseas. Que unas personas a las
que se ha encomendado la aplicación de la Ley falten de tal manera a la
verdad pone los pelos de punta. Que la vicepresidenta del Gobierno y el
ministro Fernández Díaz mantengan la tesis de que las fuerzas del
orden actuaron correctamente y de manera proporcionada (¿cuándo
disparaban sobre la zona en que aquellos pobres desgraciados se ahogaban
sin que nadie les socorriese?) es terrible. Una vez más, la Unión
Europea nos ha llamado la atención. Nos estamos saliendo del mapa de los
estados civilizados.
Mentir tiene una cierta lógica, pues a
veces la verdad resulta insoportable. Pero tiene que haber límites,
cortafuegos, controles. Y ahí está el problema, porque vivimos tiempos
en los que quienes toman decisiones que determinan nuestras vidas hacen
gala de un cinismo colosal. Les da igual ser pillados en el embuste, les
da igual... todo. Si son cogidos en falta se sacan de la manga los
argumentos más peregrinos. Como cuando la reacción ante la manifiesta
podredumbre del Gobierno navarro deriva hacia un debate sobre Amaiur.
¿Amaiur? Vale, a mí ésos también me caen fatal. Pero ahora el tema es
otro. Lo que está sobre la mesa son los manejos de la españolista y foral UPN, un partido rodeado de escándalos... y mentiras.
Aquí ya nadie cree a nadie. Vamos hacia una sociedad de incrédulos
desengañados, ignorantes alienados o fanáticos compulsivos. Madre mía.
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