lunes, 17 de febrero de 2014

Todo tiene un límite, incluso la mentira 20140217

Mluchos nos horrorizamos al recibir las primeras noticias sobre la masacre de Ceuta. Catorce muertos (como mínimo) aplastados y ahogados en un espacio perfectamente controlable evidenciaban que allí algo se había hecho mal, muy mal. Testimonios, evidencias, fotos y filmaciones probaron inmediatamente después que aquello había sido un desastre, un fracaso letal de los dispositivos de seguridad (¿de seguridad?). Pero sobre todo dejaron con el culo al aire a cualificados portavoces del Ministerio del Interior (por ejemplo al director de la Guardia Civil), cuyas obvias mentiras, trufadas de amenazas a quienes osaban cuestionar su falsaria versión de los hechos, dan náuseas. Que unas personas a las que se ha encomendado la aplicación de la Ley falten de tal manera a la verdad pone los pelos de punta. Que la vicepresidenta del Gobierno y el ministro Fernández Díaz mantengan la tesis de que las fuerzas del orden actuaron correctamente y de manera proporcionada (¿cuándo disparaban sobre la zona en que aquellos pobres desgraciados se ahogaban sin que nadie les socorriese?) es terrible. Una vez más, la Unión Europea nos ha llamado la atención. Nos estamos saliendo del mapa de los estados civilizados.

Mentir tiene una cierta lógica, pues a veces la verdad resulta insoportable. Pero tiene que haber límites, cortafuegos, controles. Y ahí está el problema, porque vivimos tiempos en los que quienes toman decisiones que determinan nuestras vidas hacen gala de un cinismo colosal. Les da igual ser pillados en el embuste, les da igual... todo. Si son cogidos en falta se sacan de la manga los argumentos más peregrinos. Como cuando la reacción ante la manifiesta podredumbre del Gobierno navarro deriva hacia un debate sobre Amaiur. ¿Amaiur? Vale, a mí ésos también me caen fatal. Pero ahora el tema es otro. Lo que está sobre la mesa son los manejos de la españolista y foral UPN, un partido rodeado de escándalos... y mentiras.


Aquí ya nadie cree a nadie. Vamos hacia una sociedad de incrédulos desengañados, ignorantes alienados o fanáticos compulsivos. Madre mía. 


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