En la Segunda Guerra Mundial y en su preámbulo, la Guerra de España, aún cabía distinguir entre buenos y malos.
No es que los buenos (republicanos ibéricos, aliados antifascistas,
patriotas soviéticos) fuesen inmaculados, pero los malos eran malísimos
y, por encima de todo, se imponía derrotarlos o afrontarlos mediante una
resistencia eterna y radical.
Ya no es tan fácil elegir bando,
ni siquiera de manera simbólica. Espanta imaginar la situación de los
sirios cogidos en la fatal pinza entre Asad y los yihadistas, o los ucranianos atrapados entre la oligarquía occidentalista y los esbirros de Putin. La contradicción entre malvados ha quedado reflejada en una película, La noche más oscura,
que relata con apabullante realismo el cruel combate entre los
servicios de inteligencia norteamericanos y Al Qaeda. Sales del cine
acojonado.
En el actual escenario español no hay, por suerte,
situaciones tan extremas y violentas. La pugna entre nacionalistas
centrípetos y centrífugos, por ejemplo, puede resultar insoportable pero
es incruenta (desde que ETA dejó de asesinar y, anteriormente, fue
desactivado el terrorismo de Estado). El debate político alcanza a veces
altos picos de agresividad retórica pero está atemperado por los
protocolos democráticos y el hecho de que sus principales protagonistas
(PP, PSOE, CiU y demás) tienen mucho que callar. Incluso una
confrontación como la que se ha producido en Andalucía entre PSOE e IU a
cuenta de los desalojados de la Corrala Utopía, aunque tenga un punto
dramático, permite el distanciamiento: en ese barullo es difícil
distinguir si los socialistas quieren ponerse en plan partido de orden por interés electoral o los otros están jugando, por idéntica razón, a promover llamativas movilizaciones sociales garantizadas desde las instituciones.
Elegir, ya ven, se ha puesto complicado. Pese a todo, la monstruosa
élite financiero-delincuente que domina el mundo globalizado trabaja
duro para convertirse en el supremo enemigo de la humanidad. Todo va a
estar más claro. Ahora bien, sabremos sin duda alguna quién es el malo.
Pero... ¿quién o quienes son los buenos?
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