La mayor parte de quienes actúan como protagonistas en la escena
política española andan ensimismados, a lo suyo. Se vio ayer en el
debate sobre el derecho (catalán) a decidir: Coscubiela, el de Izquierda Plural, se desgañitaba en la tribuna y el mandamás Rajoy...
hablaba por teléfono. El país de los países va de cráneo mientras
muchos padres y madres de las diversas patrias parecen estar en Babia
(salvo Esperanza Aguirre, que circula rápida y furiosa). Y luego nos escandalizaremos por el videoclip de Amaral,
una provocación bastante más lógica que oportunista destinada a
contraponer las amarguras de la gente con la insensibilidad de quienes
gobiernan.
Les pongo otro caso: las elecciones europeas. Son muy importantes,
son cruciales en un momento como el actual, cuando la gobernanza a
escala continental es el factor decisivo. Sin embargo, el PSOE ha puesto
a la cabeza de su lista a una dirigente de tan escaso discurso y
recorrido como Elena Valenciano, IU ha renovado al cansino pero eterno Willy Meyer
y el PP ni siquiera ha designado primer candidato (ni segundo ni
tercero) a la espera de que Mariano, el superbaranda, tenga a bien
descararse. En la precampaña apenas se habla de la UE, de sus problemas y
de su futuro. Los socialistas proclaman la voluntad de su grupo de
llevar a la presidencia de la Comisión Europea a un compañero alemán,
que encarnaría la alternativa a la actual hegemonía neoconservadora y
ultraliberal... pese a que su partido, allá en Germania, se ha asociado
con quien mejor encarna dicha hegemonía, la señora Merkel.
La derecha propone para el mismo puesto a un caballero de Luxemburgo,
experto sin duda en desregulación financiera, sociedades opacas y
cachondeo fiscal.
Habrá que suponer pues que los partidos grandes (y aun los medianos)
hacen lo que pueden para abrir el arco electoral y animar el voto friki
(dicho sea con el mayor de los respetos hacia el frikismo de todo tipo).
Abren cancha a Podemos, al Partido X, a Compromís... o a Vox, o a
Ciutadans. Nos sugieren que coger la papeleta sin complejos ni
obsesiones por lo útil es, a la postre, lo más pragmático.
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