Dimitió Saz porque no podía hacer otra cosa. Ni el resultado del ejercicio 2013 ni la forma en que Rudi
ha capeado el temporal del déficit le dejaban otra opción. En realidad
se ha quitado de encima un verdadero muerto, porque en estos momentos
cuadrar los presupuestos de esta maravillosa Tierra Noble es misión
imposible. Dado que los ingresos caen en picado, que el gasto corriente
es el que es y que las inversiones están ya en mínimos, o se asesta un
nuevo y mortal golpe al disminuido gasto social o hay que incumplir
objetivos y seguir tirando de deuda. Claro que los protestones que
asisten a esta función desde el gallinero del teatro proponen otra
salida: cortarle al PAR sus gabelas territoriales y entrar con la motosierra en las sociedades públicas. Sencillo, ¿no?
Pero como la tragedia (la de los aragoneses del común que comprueban en
sus carnes el deterioro de los servicios básicos) anda mezclada con la
farsa, ayer la propia presidenta dijo que Saz se va pero su "rigor sigue
en vigor" (¡bravo!). Oliván, a su vez, aseguró que los gerentes
que ha despedido ipso facto "no lo hacían mal". O sea, que esto iba y va
niquelado, solo que ha de correr el banquillo para que juegue toda la
plantilla. Enternecedor.
Semejante maremágnum encaja más o menos
en la extraña naturaleza de las cosas políticas. Lo que sí ha resultado
alucinante es contemplar cómo todos los puestos que habían quedado
libres por dimisión o destitución eran reocupados en cuestión de horas.
Cualquiera pensaría que ir de gerente al Servet (¡el cuarto en menos de
tres años!) no es ascenso sino maldición; o que ser consejero de
Hacienda con las cuentas patas arriba, los recortes al revolver de la
esquina y en una legislatura a la que le queda poco más de un año
acongojaría a cualquiera que estuviese en su sano juicio. Pues no. La
fascinación por el cargo persiste a pesar de los pesares.
Así está Aragón. Y el resto de las Españas, parecido o peor. Vean ustedes el (muy grave) incidente protagonizado ayer por Esperanza Aguirre y alucinen. Cómo las gastan las gentes de orden, ¿eh? Pero, en fin, es cosa sabida: Aguirre... ¡o la cólera de Dios!
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