En la izquierda española, muchos defienden la agresividad de Putin a la hora de proteger las fronteras de su Imperio. Lo cual tiene bastante que ver con la querencia soviética del rojerío ibérico y la identificación de no pocos progresistas con un imaginario trufado de apellidos eslavos: Ulianov, Vissarionovich, Dimitrov.
Mi padre, aunque nunca fue comunista, recordaba siempre su euforia (y
la de millones de europeos) cuando en noviembre del 42 los tanques rusos
cercaron al VI Ejército alemán en Stalingrado. ¡Hitler va a
perder la guerra!, gritó entonces entusiasmado. Decenios después se
empeñó en peregrinar a Moscú esperando ver allí no sé qué maravillas.
Volvió decepcionado, claro.
El caso es (volviendo al tiempo
presente) que mientras nuestra izquierda defiende el derecho del
presidente ruso a impedir que Occidente se le suba a la chepa, el señor
del Kremlin es también alabado por la extrema derecha de Europa
occidental, pues su dureza chorrea testosterona geoestratégica. Además
perciben en él un estupendo estilo étnico, nacionalista, autoritario,
xenófobo y homófobo. Putin desprecia la democracia y recela de
Occidente. Líderes neofascista como Marie Le Pen le admiran... o casi.
Claro que, estando todo tan revuelto, díganme ustedes qué pintan
Estados Unidos y la UE argumentando que la libertad ha vuelto a Ucrania,
defendida por milicianos neonazis. Por no hablar de cómo el actual
gobierno provisional instalado en Kiev se apoya en notorios oligarcas
mafiosos para apuntalar la democracia. El cruce de cables es tan
evidente y retorcido como lo son los obvios reparos de Londres, Berlín o
Madrid a hostilizar económicamente a Moscú, de donde llegan las
inversiones a la City, el gas a los consumidores alemanes y los turistas
que reactivan el negocio inmobiliario en la Costa del Sol.
Vivimos en un caos ideológico, una absoluta confusión política. En medio
de tal laberinto, sólo las élites financieras siguen un rumbo claro en
pos del enriquecimiento infinito. Espero pues que dichas élites tengan
más interés en robarnos legalmente que en meternos en una guerra. Por favor.
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