Una semana después del famoso desliz de Esperanza Aguirre ya
casi no resulta tan inquietante el hecho en sí (pese a su calado
simbólico) como la forma en que los periodistas adeptos han intentado
normalizarlo. Algunos lo han hecho con argumentarios demenciales y
ofensivos para cualquier ciudadano sujeto al imperio de la ley y la
norma. Total, que la señora seguirá presidiendo su partido en Madrid, y
algunos apuestan por ella como alcaldesa de la capital, lo cual
plantearía una paradoja extrema pues sería responsable de aplicar el
mismo reglamento que se ha pasado por la Puerta de Alcalá. Ahora bien,
los mindundis hemos de hacernos a la idea de que, si a cualquiera de
nosotros nos llega a pasar algo parecido, el desenlace no sería de
ninguna manera tan sencillo e inocuo. Escaparse, darle a la moto del
agente, no atender las señales de alto, eludir la prueba de alcoholemia,
disponer de dos guardias civiles como parapeto y salir de rositas con
un despliegue de chulería solo está al alcance de quienes tienen poder
de verdad. Poder-poder del bueno, del viejo, del que está estrictamente
vinculado a la tradición, la posición y el conservadurismo. Ese poder
que permite a sus propietarios exigir hoy mano dura contra cualquiera
que ose desafiar a la autoridad, y mañana ejercer dicho desafío tan rica
e impunemente. Porque... ¿quién mejor que la gente de orden para
disponer del orden a su antojo?
Por eso, una vez más, hay que
comparar la naturalidad de los poderosos a la hora de hacer de su capa
un sayo con las vicisitudes de quienes han intentado hacer lo mismo sin
tener el adecuado pedigrí familiar e ideológico. Vean a los condenados Asín y Becerril, dos sociatas
de aluvión a los cuales tal vez hayan tratado los tribunales con alguna
indulgencia, pero que han quedado marcados con el infamante distintivo
de la culpabilidad probada. Y eso que estos dos (u otros de su misma o
similar cuerda) han intentado e intentan aún, como el terco alcalde de
Mallén, salirse por la tangente al estilo lideresa. Pero lo suyo no
cuela. Nunca fueron poderosos, los pobrecicos. Si acaso, pretenciosos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario