La semana pasada Karl Marx recibió permiso para volver a la
tierra (no es la primera vez que sucede) y se apareció al público en la
Sala Cero del Teatro de las Esquinas de Zaragoza. Yo le vi, y escuché su
perorata sobre el ayer y el hoy, la injusticia eterna, las desviaciones
litúrgicas del marxismo y aquellos tiempos (hace ciento cincuenta años) cuando el autor de El Capital vivía en el Soho londinense con su mujer y sus hijos, capeando la miseria con la ayuda de su amigo Federico Engels.
Para ponerse al día, el Marx de ahora lee EL PERIÓDICO, sobre todo
cuando trae en primera titulares sobre los recortes pendientes y toda la
serie de putadas que se precipitan a diario sobre los nuevos parias de
la tierra, aquellos a quienes la reorganización social mal llamada crisis ha dejado a la intemperie. Unos doce millones de españoles, más o menos.
Yo le hubiera sugerido al gran teórico del socialismo y el comunismo
que, además de pegar un vistazo a nuestras ediciones y caminar de
incógnito por las calles de Zaragoza, aprovechase sus resurrecciones
para cavilar sobre el fracaso de las revoluciones hechas en su nombre,
la capacidad del capitalismo para adaptarse y conquistar la voluntad de las masas, la fragmentación de esas mismas masas
en grupos cuyos intereses se contradicen o el impacto de los nuevos
medios de comunicación, capaces de llevar al culmen la globalización
(que no el internacionalismo). Podría visitar ese mismo Soho, sórdido,
paupérrimo e insano que conoció, y se tropezaría con un barrio
especializado en la diversión, los espectáculos y la cultura urbana.
Todo ello en el Londres postmoderno, una megaciudad que muestra su
glamour y apenas esconde su vocación corrupta, un complejo urbano que
exhibe el más rutilante barrio chino de Europa (en el Soho,
precisamente) y disimula en su City financiera los secretos del dinero
sucio. Pero Marx apenas tenía una hora para explicarse. Luego, cuando
dejamos la sala, quien nos despidió fue el actor Alfredo Abadía, caracterizado con barbas, peluca y un terno de intelectual revolucionario. Le felicité. Un lector, al fin y al cabo.
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