La campaña electoral es sosa, vale. Pero tiene sus ratitos y sus sorpresitas. Por ejemplo, Valenciano resolvió aseadamente su debate con Cañete. Hay que reconocerlo. Tan obvio resultó el lucimiento de la apparatchik socialista frente al exministro de Aznar y de Rajoy,
que el ínclito cojonciano, sabiéndose perdedor, salió ayer con la
patochada de que polemizar con señoras es difícil porque si las abrumas
te llaman machista. Este es el nivel de la gran derecha española. No me
extraña que el PSOE, difunto y criogenizado, aún tenga esperanzas.
De todas formas el debate no fue tal porque el formato pactado impedía
que aquello tuviese un mínimo de frescura. Han dicho algunos analistas
que ni PP ni PSOE ni CiU tienen mayor interés en animar el voto, pues
una alta abstención les favorece. Puede que sea así. La incapacidad de
casi todos los partidos españoles para generar un imaginario verosímil
sobre Europa y su gobernanza es clamorosa. Y la ciudadanía de a pie,
claro, está con la cabeza en otra cosa. Intenta salir a flote o
simplemente sobrevivir.
Será por eso que el crimen de León (de la
presidenta de la Diputación Provincial y caciquesa mayor de aquellos
lugares) está dando lugar a unas escenificaciones delirantes. Sigo
perplejo ante la manera en que la gente de orden (o de desorden, por lo
que se ve) ha convertido un sucio asunto de naturaleza interna en una extraña discusión sobre las redes sociales y los imbéciles, radicales de boquilla, trolls
y provocadores que pululan por ellas. Digo extraña porque hace ya
tiempo que el infinito ecosistema digital viene despertando los
instintos onanistas de quienes se amparan en un nick para tener
su momento de gloria escribiendo barbaridades. ¿Cómo se controla eso? De
ninguna manera. En todo caso aplicando, si es posible, la legislación
vigente. Es inaudito que, gracias a la maniobra de distracción destinada
a poner el foco sobre twitter para apartarlo del terrorífico PP
leonés, cualquier desgraciado cuyos desvaríos apenas hubiesen tenido
difusión ha obtenido enormes audiencias a través de los medios de
comunicación tradicionales. Alucinante, oye.
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