Ayer, Once de Septiembre, acabé hartico de tantos lamentos,
advertencias, dogmas de fe y chorradas en general acerca de la Historia,
las identidades, la patria y la maltraída soberanía. ¿Soberanía? Por
favor... Los pueblos ya no tienen acceso a tal cosa (o tienen un acceso
muy limitado), porque son los mercados, los expertos, los
superburócratas globales y la oligarquía internacional (que ésa sí lo
es) los que dicen la última palabra en todo (o en casi todo). A la gente
de a pie, tan venida a menos en estos últimos años, sólo les quedan las
simplezas, la bandera, el himno (los que lo cantan) y las camisetas de
sus respectivas selecciones o equipos de fútbol. Encima, tras soportar
durante toda la mañana las declaraciones de unos y otros
(ultranacionalistas catalanes y ultranacionalistas españoles), sólo me
faltó escuchar el patético discurso de Rajoy en el Centro de
Transplantes. Allí estaba el presidente del Gobierno español,
encadenando los símiles para hablar del tema sin mentar la bicha. Como
si luego, en Barcelona, no fuesen a salir a la calle cientos de miles o
millones a exigir el derecho a decidir.
Esto es
agotador. Un tira y afloja absurdo y peligroso. ¿Tan difícil es asumir
que no existe otra salida razonable que un referéndum a la quebecquois o
a la escocesa? ¡Que voten de una puta vez y salgamos de dudas!
Claro que a lo mejor esta fatiga y este criterio míos se deben a que carezco de identidad nacional. Me la traen floja los mitos históricos rebozados a lo Braveheart, sean sobre las dudosas o inventadas batallas de la Reconquista, los Reyes Católicos, la maldita Guerra de Sucesión (con los Borbones y los Habsburgo
disputándose las Españas, y los nobles y ricoshombres de los viejos
reinos inclinándose por éste o aquel pretendiente según su interés).
Yo soy vasco y catalán, francés y español, celta y romano, mediterráneo
y atlántico. Pienso en clave racionalista. La banda sonora y la
cinematografía de mi vida son, en general, norteamericanas. Me apunto al
cosmopolitismo y al internacionalismo. Soy ciudadano del mundo y llevo
ocho apellidos aragoneses. No quiero banderas ni himnos, sólo democracia
e igualdad.
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