Ya se habrán enterado de que La Campana de los Perdidos,
uno de los más famosos garitos zaragozanos que programan música en
directo, cumple veinticinco años. Felicidades: un cuarto de siglo
repicando es mucho tiempo en esta capital de la Tierra Noble, donde
hacer cultura a ras de calle (quiero decir al margen de los circuitos
oficiales y de los megaproyectos que tanto dinero público han devorado)
es una heroicidad. Bueno, a lo mejor algunos de ustedes no creen que el
folk, el jazz, el blues, el rock o las fusiones sean cultura propiamente
dicha. Si es así, les expreso mi más sentido pésame. Pero yo sigo con
mi tema.
Que los bares pongan escenario y traigan músicos y cantantes de verdad
es algo magnífico. Durante mucho tiempo, quienes recorríamos la noche
de Cesaraugusta nos dolíamos de la escasa oferta de ese tipo que había
en la ciudad. Y celebrábamos cada concierto (en el Oasis, en la Casa del Loco, en el Z o en la propia Campana).
Y rabiábamos cuando las autoridades competentes ponían trabas o
chapaban los locales. Ya se sabe cómo es esto: chamizos ruidosísimos que
vuelven loco a su vecindario a golpe de decibelios enlatados parecen
tener carta blanca; locales que no han planteado excesivos problemas (o
incluso ninguno en absoluto) sufren el peso de la estricta normativa.
Increíble.
Ahora, lo de programar música en vivo como
complemento a las copas, el jajajá y el flirteo se ha extendido,
benditos sean los dioses. Ahí están la Credence, La Lata de Bombillas, la Sala López. Y por supuesto los bares de mi barrio, mis vecinos de el Eccos y La Ley Seca,
donde era y soy cliente habitual (los sabadetes y tal, que entre semana
me recojo prontito, pobre de mí). Bueno, incluso los pequeños teatros
como el de Las Esquinas se atreven a organizar conciertos. Genial.
La Campana de los Perdidos celebra su cuarto de siglo con una programación que empieza hoy mismo (22.00, Pardinilla y Cossío bajo la denominación Hot Hands) y seguirá mañana (22.30, Vegetal Jam), el sábado (22.30, Tracks Dogs) y el domingo (20.00 Carmen París en París al piano). Pásense si les apetece. El cumpleaños lo merece.
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