Cualquier persona normal (y cuando digo normal quiero
decir sujeta a la estricta normativa) sabe que reclamar una modesta
herencia suele ser un agobiante recorrido por el laberinto de las
escrituras, las últimas voluntades, los certificados, las
valoraciones... y que de ahí no se sale por ninguna gatera. Los
contribuyentes normales (o sea, los que son personas físicas y no
entes societarios) saben asimismo que el cruce informático de sus datos
bancarios, de sus referencias en el Catastro, de sus nóminas y de todo
lo que pueda haber (incluso, a veces, de lo que no hay) hace imposible
la escapatoria. La transparencia (¿oh, bendita palabra!) es absoluta,
implacable. Por todo ello, esa ciudadanía normal (... ya saben lo que quiero decir) alucina en colores cuando se entera de que los Pujol, los Botín o los Borbón
pudieron mantener a buen recaudo sus respectivas herencias, corregidas y
muy aumentadas con el paso de los años, sin que inspección o control
alguno detectase la jugarreta. Pero es así como funciona el Sistema, un
Sistema podrido ya definitivamente, lleno de trampas, manipulado
impunemente por los más poderosos, descarado, chulesco, borde. Así que
nadie podrá extrañarse del extravagante espectáculo que nos sirvieron
ayer en el Parlament de Cataluña, cuando Jordi Pujol, president
durante 23 años, fue a dar explicaciones y acabó encarándose con sus
señorías y advirtiéndoles de que, si tiran de una rama, pueden tumbar
todo el árbol.
Por supuesto, el caso Pujol es otra
manifestación más de un problema transversal a todos los territorios
hispánicos. Y dicho problema no está en vías de solución, sino todo lo
contrario. Ayer vimos en escena la osadía que mantiene en pie a los
corruptos (sean soberanistas catalanes, conservadores españoles,
descamisados andaluces, alegres valencianos o nobles
aragoneses), esa soberbia de quien se creyó (y se sigue creyendo)
impune. Y la inutilidad del aparato institucional (trátese del Parlament
o de cualquier otra instancia) a la hora de poner las cosas en su sitio
y acabar con la lacra. ¿Regeneración? ¿Soberanía? ¿Imperio de la Ley?
Simple sinvergonzonería.
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