Como dice nuestra presidenta, la herencia recibida por el
actual Gobierno de Aragón fue mala, tirando a peor. Facturas en los
cajones, sociedades públicas desmadradas, proyectos sin ton ni son y
cosas feas. Vale. Pero... ¿eso fue todo? Alguien (ya que el PSOE es
incapaz de generar un argumentario en esa línea) debería recordar que
no, que la herencia también traía cosas que no estaban nada mal, o
incluso que estaban muy bien. En toda España, el PP se encontró con
unas infraestructuras tal vez hiperdimensionadas pero en todo caso
magníficas. O con un suculento fondo de reserva de la Seguridad Social
que ahora gasta sin cortarse un pelo. O con unos servicios públicos
gratuitos y universales de buena calidad. En la Tierra Noble, sin ir más
lejos, la educación estaba integrando recursos informáticos en una
operación no exenta de disfunciones pero muy interesante y necesaria. La
sanidad provocaba un alto grado de satisfacción en sus usuarios (y con
la inercia de esa renta va tirando a fecha de hoy). Los servicios
sociales incrementaban su operatividad y su alcance... Hoy, esa herencia
se deprecia o es alegremente malbaratada. ¡O, sí!, ya sé que la
retórica gubernamental niega la mayor y asegura que los citados
servicios han sido salvados gracias a los ajustes. Pero eso no se
lo cree nadie que esté en la calle, y muchos menos aquellos que tienen
alguna relación con las administraciones, sea como empleados o como
usuarios.
Esta semana se celebraron en Huesca unas
Jornadas de Evaluación y Gestión de Costes Sanitarios directamente
conectadas en su contenido con la nueva visión de quienes
administran hoy la famosa herencia. La cuestión sobre el tapete no podía
ser más obvia (desde el punto de vista conservador): la sanidad pública
debe ser planificada reduciendo costes y utilizando mecanismos de
gestión privados. Oliván, nuestro inefable consejero, se
desahogó afirmando que los recortes ya debieran haberse producido antes
de la crisis (tal vez para evitarse él algún mal rato). Y que, pese al
descenso del gasto, todo funciona de maravilla. Ya... ¿y el incremento
de las listas de espera?, ¿y el malestar de los profesionales?, ¿y el
progresivo deterioro de unos equipos que dentro de diez años no serán ni
sombra de lo que fueron? Porque, claro, todo es cuestión de tiempo.
Hace una década, la sanidad madrileña todavía era capaz de atender
emergencias de tremenda envergadura como los atentados del 11-M. Hoy no
ha podido manejar adecuadamente dos casos de ébola importados, por no hablar de lo que pasó con la enfermera Teresa Romero.
Ojo con la herencia y cómo es administrada. Porque, al paso que
llevamos, si los unos dejaron los cajones llenos de facturas sin pagar,
los otros no van a dejar... ni los cajones.
JLT 26/10/2014
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