El PSOE ha iniciado una campaña de transparencia que incluye
la publicación de sueldos y bienes por parte de sus cargos públicos e
incluso del balance contable del partido. Pero la gente no se
tranquiliza ni por esas. En la paranoica atmósfera que respiramos los
españoles, cualquier sospecha o teoría de la conspiración resultan
verosímiles, y mucha gente sigue creyendo que los políticos con mando en
plaza (y similares) no ponen la pastizara a su nombre... porque la
derivan a familiares, amigos, testaferros o sociedades fantasma. No
tiene por qué ser así, y en muchos casos no lo es. Pero, claro, el gato
escaldado huye del agua tibia y la ciudadanía está ahora mismo más
escaldada que un huevo duro. Ese es el problema.
Pedro Sánchez
intenta replicar la sobreactuación ética de Podemos escenificando a su
vez una regeneración formal que parezca sincera y contundente. Entonces
se descubre el pastel de Fernández Villa, el líder minero,
el socialista obrero, el anfitrión en las fiestas de Rodiezmo... y todo
se va a la mierda. Un millón cuatrocientos mil euros, legalizados merced a la amnistía fiscal promulgada por Montoro. ¿Cómo es esto posible?, se preguntan en el PSOE y la UGT. ¡Ay, amigos!
Hay más: el partido socialista declara deudas por valor de 64 millones.
Más de 10.000 millones de las viejas pesetas. Mucha pasta. Demasiada.
¿Quiénes son los acreedores? ¿En qué medida pueden condicionar la
actuación de la organización hipotecada?
Sabiendo lo que
se sabe de las cajas y de las relaciones entre exaltos cargos
institucionales y grandes compañías privadas... dando por supuesto que
el partido en el Gobierno, el PP, mantuvo durante lustros una caja B
mientras su tesorero se hacía de oro... espectadores forzosos de la
carrera hacia la riqueza-champions protagonizada por Pujol
y familia, los seres humanos que habitan la piel de toro se enteran
ahora mismo de que habrán de abonar (mediante la factura del gas) 4.731
millones de indemnización a Florentino Pérez por el fiasco
del Castor. Y, claro, ya no hay transparencia que les valga ni
consuele. Ni haciéndose el harakiri. Qué mal asunto este.
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