Tienen razón quienes advierten de que el escándalo de las tarjetas black
es una mera anécdota si lo comparamos con situaciones mucho más
importante e impactantes que se dan sin que el grueso de la opinión
pública les preste atención o las llegue a entender. Pero, claro,
asomarse a los gastos personales de los guajas que se beneficiaron de
los incentivos de Caja Madrid no solo tiene su morbo, sino que
además permite comprender la naturaleza de un sistema podrido. La gente
de a pie se hace a la idea si le cuentan de banquetes, hotelazos,
compras a tumba abierta, consumos en boites, clubs o pubs a las tres de la tarde (Rato), cacerías en Sudáfrica (Blesa,
que luego fardó de haberse cargado a una cebra, que viene a ser como
salir al monte y matar a un pobre burro)... porque todo eso es
perfectamente descifrable. Mucho más que apaños milmillonarios, como el
que ha beneficiado fiscalmente a grandes compañías del Ibex cuyas
expansiones internacionales fueron subvencionadas sin más por el
Gobierno con el dinero de todos. O la indemnización que, a propósito del
fracasado Castor (el almacenamiento submarino de gas suspendido porque
provocaba terremotos), va a recibir la concesionaria.
En todo caso, los palos
de miles o cientos de miles de euros, que tanto indignan a la
ciudadanía, son el síntoma de la maligna enfermedad que acaba
machacándonos miles de millones. Caja Madrid-Bankia terminó costándonos
22.000 millones. Y los responsables se ven pillados por vez primera...
por 300.000 o 400.00 euros. Pero es obvio que esta última cifra es el
símbolo que identifica la primera. Más aún: el hecho de que parte de los
tarjeteros fuesen, por un lado, personajes que han ocupado altas
responsabilidades en la gestión económica del país (¡y cómo
discurseaban sobre la necesidad de apretarse el cinturón y la
insostenibilidad de los servicios públicos!), o por otro gente
falsamente comprometida con la defensa de los intereses populares
ilustra a la perfección sobre el carácter estructural de la crisis. Que
no es solo económica, sino política y moral. Ya nos damos cuenta.
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