Tiene razón Oliván (Atila fitness de la
sanidad pública aragonesa): aunque te eches unos buenos tragos de agua
del Gállego, no te quedarás tieso en el acto. Claro que no. Cuáles serán
los efectos a medio plazo de la acumulación del veneno en tu organismo,
eso ya... Pase lo que pase, cuando ocurra el actual consejero ya no lo
será, y por lo tanto se evitará la enojosa tarea de dar explicaciones.
Tampoco los jefes de la CHE y las autoridades que ejercían mientras
Inquinosa vertía miles de toneladas de mierda en los barrancos han
tenido que responder de la actual emergencia sanitaria en las
localidades de la ribera. Ni siquiera los responsables de la factoría
han sido llamados a capítulo.
Las medias verdades de
quienes manejan las instituciones suelen esconder grandes mentiras. Pero
así es como se confeccionan los argumentarios al uso: agárrate a un
hecho más o menos evidente, descontextualízalo, conviértelo en
indiscutible y justifica cualquier fechoría. Sobre todo juega con los
tiempos, porque la memoria de la gente es corta y, cada vez más, la
política es la gestión del absoluto presente. Mañana... ¡cualquiera
sabe!
Otro maravilloso equívoco de estos días es la exaltación motorlandística
que embarga a nuestros jefes. Tras el último GP de Motociclismo, el
éxito de organización (que nadie discute pero que no es lo sustancial)
ha provocado una euforia oficial y oficiosa inmediatamente canalizada
hacia la contratación de un nuevo compromiso para seguir haciendo la
prueba más allá del actual decenio. Se pretende dar la impresión de que
ese logro sería consecuencia de las excelencias del circuito y de
lo requetebien que se monta el festival. Pero en realidad el GP se
seguirá haciendo siempre y cuando se llegue a un nuevo acuerdo económico
con Dorna, la empresa privada que gestiona estos eventos. Dando por
hecho que Motorland cumple los requisitos (tras una inversión pública
bestial), lo demás se resuelve... echando más pasta. ¿De cuánto
hablamos? De diez o doce millones al año, mínimo. Aunque la cifra
exacta, el total de la jugada, no la conocemos. Ahí se esconde la
mentira.
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