El gran debate, el cara a cara decisivo, fue un enfrentamiento
complicado, que desbordó al moderador, tuvo fases muy embarulladas y
alternó la reiteración de los respectivos argumentarios con duras
acusaciones mutuas. Se llegó al insulto personal. Pedro Sánchez, al ataque y mucho más incisivo, afirmó que su oponente "no es un político decente". Mariano Rajoy, que inicialmente había intentado enfriar
la discusión replicó que tal afirmación era "ruin, mezquina y
miserable". Se hablaba de corrupción. Luego, en la recta final, con
ambos contendientes exhaustos, la tensión fue bajando. El líder del PSOE
siguió más activo, cuando ya podía ser considerado ganador a los puntos
de aquella extraña contienda. El del PP aceptó lo que quizás tomó por
unas tablas. Desde fuera, reducidos al cómodo papel de comentaristas, Pablo Iglesias y Albert Rivera se lo pasaron muy bien. El bipartidismo no se lució demasiado en su show final. Esto parece Sálvame, pensaron muchos ciudadanos. La gestión del posdebate va a ser muy complicada para sus protagonistas.
Rajoy y Sánchez llegaban con un guion en la cabeza. El primero a
mantener el tipo y dormir el debate ajustándolo a un formato
parlamentario. El segundo, determinado a tumbar a su rival como fuera.
Hablaron de economía tirando cada cual de su particular reserva de
argumentos. Pero el del PSOE quería hablar de corrupción. Cuando al
final lo logró, el forcejeo se transformó en una pelea descarnada.
Claro, que no hablar de corrupción era imposible. Mientras los dos candidatos discutían, se conocía la renuncia de la jueza María Núñez Bolaños la última responsable del caso de los EREs
andaluces. Y en plena campaña el PP se ha visto enredado en un feo
asunto. Tras haber sido acusados de cobrar comisiones de empresas
españolas que tenían intereses en el citado país asiático, el embajador
de nuestro país en India, Gustavo Arístegui, ha dimitido y un
diputado conservador, Pedro Gómez de la Serna, actualmente miembro de la
Comisión Permanente del Congreso, ha sido apartado de la campaña aunque
sigue siendo candidato por Segovia. Ayer mismo dirigentes y altos
cargos populares, como, Jesús Posada o Cristina Cifuentes,
pedían a Gómez de la Serna que se vaya para no causar más perjuicios al
partido. Pero eso no va a ser tan simple, porque el todavía diputado
puede negarse a marcharse y su proclamación como candidato es
difícilmente reversible. Su nombre ya está impreso en las papeletas
conservadoras.
Sánchez estaba obligado a exponerse, a tomar la
iniciativa y evitar que la corrupción pasara desapercibida en el debate,
como pasó en el match Rajoy-Rubalcaba de hace cuatro años. Una táctica complicada, porque era ir directo al y tú más.
Sobre todo en un cara a cara al que el conservador y el socialista
accedieron visiblemente tensos y muy nerviosos. Empezando por Rajoy, en
teoría el menos presionado por las circunstancias.
Rajoy quería
poner el foco sobre lo que él y los suyos denominan "la recuperación".
Está decidido a convertir tal concepto en una cuestión clave, en el
argumento fundamental de su campaña. Sabe además que al hablar de
economía puede, por una parte, usar su habitual batería de datos positivos;
pero por otra sugerir que un cambio político podría ser catastrófico.
El Ibex 35 acaba de perder el suelo de los 9.500 puntos, en la peor
racha desde la creación de dicho índice. En teoría el dato desmiente la
tesis conservadora según la cual la recuperación está ahí ("Los próximos
años pueden ser los mejores de nuestras vidas", ha dicho el ministro de
Industria José Manuel Soria), pero al tiempo amedrenta y
presiona a parte del electorado, al que se viene advirtiendo de los
riesgos inherentes a un cambio profundo de la situación política. El
escarmiento a Grecia flota ahí, como una amenaza insoslayable. A nadie
se le ha olvidado.
El debate, retransmitido por muchas televisiones y radios, debía ser un plus para los dos partidos sistémicos o tradicionales, convirtiéndose en la major baza del bipartidismo. Dejaba fuera de foco a las dos formaciones emergentes
(aunque Iglesias y Rivera se dieron el gustazo de comentarlo en La
Sexta, pudiendo así contrarreplicar a Rajoy y Sánchez) y reconstruía la
imagen de la doble opción. El secretario general del PSOE lleva días
advirtiendo que las elecciones se dirimen entre su partido y el habitual
oponente conservador. "Un voto que no sea socialista es un voto que
favorece al PP", ha repetido en sus últimos mitines. Pero las
circunstancias que se dan en esta campaña ya habían convertido el cara a
cara en un espectáculo incompleto y, quizás, antiguo.
El formato, el horrible set en blanco y gris, la figura del moderador (el veterano periodista Manuel Campo Vidal, un habitual de estas representaciones) fomentaban la sensación de déjà vu.
Claro que esas mismas circunstancias (la probable voladura del
bipartidismo) dieron al cara a cara un morbo agudo y enormes audiencias.
El mapa político español va a cambiar. Si se confirma el incremento de
la participación (que incluso podría rondar el 80%), si las tendencias
de los sondeos se plasman en los resultados definitivos, si la división
del voto por grupos de edad se ciñe a lo que viene adelantando el CIS...
la fórmula de la democracia representativa sufrirá una profunda
transformación. PP y PSOE aún tienen el recurso de suponer que las
pequeñas circunscripciones les salvarán la cara. Sánchez, agobiado sin
duda por el cariz que han venido tomando los sondeos, tendrá como
consuelo su aparente victoria de ayer. Pero el futuro Congreso de los
Diputados será, con toda probabilidad, muy diferente. Los nuevos partidos tendrán una presencia significativa. Entonces empezarán sus tribulaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario