La intención del electorado es una incógnita que ilusiona, agobia y
aterra a todos los partidos en liza. El día después del cara a cara, la
gestión del posdebate (una fase al parecer aún más importante
que el debate en sí) trasladaba la bronca pelea de la noche del lunes a
las redes, los medios y los mítines. Activistas y simpatizantes de los
partidos e internautas en general habían movilizado un millón de tuits,
whatsaps, opiniones en facebook, memes (algunos geniales) y
artículos en blogs. Los portavoces del PP y del PSOE se prodigaban en
los medios cantando la victoria de sus respectivos líderes. Los
segundones de Rajoy y Sánchez atacaban al adversario en una nueva batalla sin cuartel. Doña Soraya Sáenz de Santamaría, tan fina ella, llamó "macarra político" al candidato socialista. Rafael Simancas,
candidato del PSOE por Madrid, y otros compañeros suyos se aferraron a
la tesis de que reprocharle la corrupción al todavía presidente del
Gobierno en funciones no fue sino una mera verbalización en público de
lo que piensan millones de españoles. "No le llamó ladrón, sino
indecente... que es más exacto y suave", dijeron.
Algo estalló en ese debate. De tal forma que, en su etapa pos, diversos personajes sistémicos
preferían olvidar tal episodio (tras considerar desastrosa la actuación
de ambos protagonistas) y se aferraban a la profecía que hizo en su
momento el CIS como el mejor resultado posible, el más... manejable.
¿Qué fue? ¿Qué pasó? Decenas de supuestos expertos en diseño de
platós, manejo de las cámaras, lenguaje no verbal, imagen, comunicación
política, vestuario, peluquería y otras disciplinas han opinado sobre
los fallos de un cara a cara, en el que ganar, lo que se dice ganar,
ganaron los candidatos que no estuvieron. El veredicto de los
especialistas es demoledor. La escenografía fue desastrosa: la mesa
blanca, plástica, estrecha y con un remate curvo parecía sacada de un
instituto forense, y combinada con el fondo gris generó una atmósfera
rancia y hosca. La realización produjo unos planos desafortunados. Rajoy
llegó nervioso y distraído como si aquello fuese un trámite
desagradable. Sánchez se había llenado de ánimos pero sus preparadores
no le proporcionaron una argumentación variada ni le entrenaron en el
uso de la ironía. Al moderador, Manuel Campo Vidal, se
le vio oxidado y por supuesto no supo o no pudo ejercer su función y
ordenar el debate... Demasiados hándicaps. Y había casi diez millones de
espectadores, unos cientos de miles más que en el encuentro a cuatro organizado por Atresmedia. No era momento para trabarse en un forcejeo tan espeso y duro. O sí... si se sabía hacer.
¿Por qué Sánchez no le recordó a Rajoy, por ejemplo, que fue precisamente Gómez de la Serna,
el diputado y candidato recién implicado en un presunto cobro de
comisiones, quien actuó como ponente del PP en la cacareada Ley de
Transparencia? ¿Por qué Rajoy se columpió y aseguró que su oponente no
había sido "ni concejal", cuando en realidad fue edil en Madrid durante
años? ¿Qué pintaban los dos exhibiendo gráficos ante la cámara,
enarbolando hojas de block y repitiendo una y mil veces los clichés de
la campaña sin contestar ni las preguntas que se hacían mutuamente ni
las que, en nombre de otros periodistas, les iba planteando el
moderador? No se sabe. Pero lo cierto es que sucesivas encuestas han
arrojado el mismo resultado: son más los que dan por perdedores a ambos,
que quienes consideran vencedor a uno u otro.
Por supuesto, en los demás partidos las críticas mantuvieron el tono
de las que Iglesias (Podemos) y Rivera (Ciudadanos) lanzaron apenas
acabado el cara a cara, cuando los dos emergentes se permitieron el lujo
de reaccionar con el tono sereno de los hombres de Estado y definieron
el espectáculo que habían presenciado como el "epitafio" de un "fin de
etapa". Cayo Lara (Unidad Popular-IU) habló del "debate del insulto y la
ciénaga". Rosa Díez (UPD) aseguró a su vez que los ciudadanos van a
tener que votar "en defensa propia".
Pero bajo el ruido y las voces hay algo más: la incógnita de los
pactos. Rivera no se cansa de decir que no investirá presidente ni a
Rajoy ni a Sánchez. ¿Cómo cabe entender tal cosa? ¿Sí investirá a otro
candidato conservador o socialista... si la aritmética poselectoral lo
permite? De momento, el jefe del PP, mientras defendía su reacción ante
las cámaras ("Lo que dije me salió del alma", explicó muy serio),
admitió lo obvio: habrá que pactar para formar un Gobierno en minoría.
Iglesias, por su parte, se empeña en que ahora no toca pensar en eso.
¿Cómo que no?
JLT 16/12/2015
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