El puñetazo a Mariano Rajoy
sobresaltó una campaña que ha discurrido hasta ahora entre la
incertidumbre y la tensión, pero sin incidentes de importancia (salvo
una agresión a un concejal de Podemos en Canarias y unas pintadas contra
sedes de Ciudadanos en Cataluña). Al presidente en funciones y primer
candidato del PP el fuerte golpe le alcanzó cuando, según su costumbre,
se sometía en Pontevedra (la ciudad de la que fue concejal) a los
habituales selfies. Tuvo que ser doloroso. Vistas las características personales del autor, un hooligan
menor de edad y evidentemente exaltado, el suceso ha de ser considerado
un episodio aislado. Condenable, por supuesto. Y sin sentido alguno.
Las campañas electorales abundan en rituales cuya lógica resulta a veces
un tanto extravagante. Pero en ellas no cabe, bajo ningún concepto, la
violencia física.
En la recta final de cada cita con las urnas la agresividad retórica,
las apelaciones a la ilusión o interés de los votantes y los
llamamientos de naturaleza emocional son otros tantos recursos
habituales. Cuando Andrés Herzog, por ejemplo, llega a
sus modestos mítines suele ocurrir que los asistentes prorrumpan en
gritos de ¡Presidente, presidente! Es un cliché consagrado (como tantos
otros) por los norteamericanos. Por supuesto el esforzado candidato de
UPD no tiene ninguna posibilidad de ser presidente, lo cual no les resta
méritos a él y a su partido, hasta hoy el más activo y comprometido en
la lucha legal contra la corrupción. Pero la práctica habitual de todas
las formaciones incluye presumir de que están ahí, en la carrera, para
ganarla. Por eso la cuestión de los pactos sigue envuelta en la bruma.
Aunque nadie ignora que serán imprescindibles. Que Rajoy haya empezado a
poner la cuestión sobre la mesa es uno de los gestos más realistas y
verdaderamente serios que se han visto hasta ahora.
El ritual se impone y nadie debería escandalizarse por ello. Las
apariciones en televisión, las entrevistas en los medios, los debates...
todo forma parte, en mayor o menor medida, de la democracia
deliberativa. En Estados Unidos ayer se celebró el ¡quinto debate! entre
los aspirantes a ser candidatos a la presidencia por el Partido
Republicano. En él, el tercer Bush ganó terreno atacando directamente al millonario, populista y ultraderechista Trump.
Allí nadie se escandaliza cuando los candidatos arremeten unos contra
otros. Y los periodistas que moderan estos encuentros actúan con
particular energía.
Tal vez esta campaña española resulte demasiado reiterativa, porque
los argumentarios están muy sobados ya y apenas emergen nuevas
propuestas. Sin embargo, el interés es grande. Si se confirma la alta
participación que auguran los sondeos, se estará produciendo una de las
condiciones básicas de todo proceso de cambio democrático. Pero no es
fácil clavar los resultados. De ahí la incertidumbre. De ahí la porfía de Pedro Sánchez o de Albert Rivera, peleando por cada sufragio. O la firmeza de Alberto Garzón, que recorre España empeñado en asegurar la supervivencia parlamentaria de Unidad Popular-IU. O los ataques a Podemos de Felipe González y Alfredo Pérez Rubalcaba, sabedores de que el partido de Pablo Iglesias
está saqueando (o pretende hacerlo) los graneros de votos socialistas. O
las réplicas podemistas, como la difusión de un vídeo donde el alcalde
socialista de Torre de Juan Abad (Ciudad Real) admite que en su
Ayuntamiento se contrata a todo el mundo "a dedo".
Las sospechas de corrupción no se apagan en campaña y afectan incluso
a destacados candidatos. El PP lleva como puede el caso Gómez de la
Serna. Ciudadanos se ha visto obligado a trasladar a su cúpula el
expediente abierto a su cabeza de lista por Huesca, acusado de haber
incumplido el régimen de incompatibilidades cuando era arquitecto
municipal en la capital altoaragonesa. En un mitin en Murcia, Sánchez,
que no abandona los argumentos que usó en el cara a cara con Rajoy,
recitó el abecedario de la supuesta corrupción conservadora: A de
Aristegui, B de Bárcenas, etcétera. Casi llega a la R de Rato.
¿Están los resultados tan abiertos como se dice? Quizás. Por eso los
sondeos que cada día acumula El Periodic d'Andorra (que sí puede
publicarlos) están siendo muy visitados. Y comentados.
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