Este viernes, el telediario de TVE abrió con la redada en la
industria cárnica (65 millones de euros presuntamente defraudados al
fisco). Luego, la comparecencia judicial de Rodrigo Rato para aclarar el origen de su fortuna personal (decenas de millones). Después, la nueva imputación al también exministro Serra (por otro agujero en Caixacatalunya superior a los 800 millones). Por último, la gomina de Pedro Santisteve (15 euros). La sucesión de cifras dejaba perplejo a cualquier espectador no contextualizado.
Pero así están las cosas, y no son pocos los ciudadanos convencidos de
que tener cuarto de baño privado en las dependencias de la Alcaldía de
Zaragoza es cualitativamente tan pecaminoso como saquear y hundir una
caja de ahorros. No me extraña. Este país está demasiado espeso,
socarrado e indignado.
Ahora mismo, en Aragón y el resto de las Españas, la sucesión de
escándalos genera un confuso ruido de fondo. Está la corrupción de
verdad: cajas de ahorro reventadas por sus rapaces gestores, sociedades
públicas agujereadas, contratas y adjudicaciones tramposas, subvenciones por la cara, proyectos estrella
estrellados, recalificaciones de suelo a la medida, puertas giratorias,
empresas privadas que juegan con ventaja, fraude fiscal y toda clase de
delincuencia organizada tanto en la política como en la economía. Hay
también otro tipo de cosas, muy secundarias pero que convierten en
sospechoso a cualquier cargo institucional: el nombramiento de asesores,
los sueldos, los coches oficiales, dietas, viajes y gastos de representación. Ahí puede haber abusos... o no. Pero la gente no distingue.
El movimiento 15-M, en sus elementales análisis, se fijó más
en lo secundario que en lo principal a la hora de caracterizar la
corrupción. Después, Podemos siguió esa línea. Su pretensión de que los
políticos cobren sueldos bajos y renuncien a cualquier ventaja
que comporte su presencia en puestos de alta responsabilidad hace el
juego a los profetas de la antipolítica y tras la falsa espectacularidad
de lo más simple (un bote de gomina por cuenta del municipio) la
importancia de los verdaderos pelotazos. De esta forma, Podemos y
similares se han encontrado ahora con que aquella miopía previa se
vuelve contra ellos y adjudica fácil munición a sus adversarios (que son
muchos y poderosos).
En mi opinión, el alcalde de Zaragoza ha de estar bien pagado y debe
disponer de los mejores medios para ejercer una ocupación complicada y
que desborda horarios o calendarios laborales. Pero además de gestionar
la ciudad con eficacia, honradez y transparencia (¡casi nada!), tiene
que ser capaz, por ejemplo, de afrontar una crisis como la creada por la
huelga de los autobuses... y resolverla con rapidez y energía. Hágalo,
por favor, y la dichosa gomina ya la pago yo.
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