Oyéndolo ayer en la rueda de prensa que dio tras entrevistarse con Pedro Sánchez, Mariano Rajoy
parecía un extraterreste despistado y un poco ido, un tipo sin ojos
para leer ni oídos para escuchar las últimas noticias (ni siquiera se ha
enterado de su fracaso electoral el 20-D). Eso sí, se ve que considera
la presidencia del Gobierno de España un cargo vitalicio. A su vez, el
secretario general del PSOE, candidato a ocupar el puesto al que Rajoy
se aferra, le correspondió adoptando el habitual estilo retórico de los estadistas
hispanos, porque ya se considera jefe del futuro Ejecutivo (aunque
lleva diez días de encuentros y reuniones sin acordar nada con nadie) y
por ello ha de demostrar que puede abstraerse de la realidad y vivir en
el país de Babia donde habitan los poderosos. Por eso el socialista negó
que el conservador le hubiese dejado con la mano en el aire cuando
aquel quiso ponerse educado ante las cámaras. "¡Oh!, bueno... Luego la
chocamos en privado", aseguró ante unos periodistas saturados de
escepticismo.
El problema para ambos ciudadanos (sobre todo para
el del PP) radica en que la realidad se impone con la misma precisión y
contundencia que las teorías de Einstein. La constante emergencia
de casos de corrupción en su partido desmiente con sádica rotundidad
las patéticas excusas de Rajoy. Los hechos, desde el blindaje de Rita Barberá a la negativa de los representantes del PP a prestar declararación sobre el borrado de los ordenadores de Bárcenas,
deja en evidencia al presidente en funciones, cercado por los
registros, las confesiones, las evidencias... Su antagonista, Sánchez,
le mete caña, como si los ERE andaluces (o la juerga de Plaza) le
pillasen lejísimos. Como dijo Lambán: "Eso (lo de la Plataforma Logística), amortizao".
Pero todo cae por su propio peso: los pufos del Deutsche Bank
(sinvergonzonería financiera cien por cien germana), las angustias de
los emergentes, el desplome bursátil, la fragilidad de esta economía
española cogida con hilvanes y sostenida mediante el esfuerzo y el
empobrecimiento de las clases populares... Gobierne quien gobierne, lo
lleva bueno.
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