Dijera lo que dijese Pablo Iglesias, las derechas y
las izquierdas siguen ahí. Cierto que el significado de tales
distinciones ideológicas ha ido evolucionando hasta perder su sustancia
original, que ya de por sí era variopinta y habitualmente confusa. Pero
ahora, en España, volvemos a ver que están los unos... y los otros. Que
no pueden ser una misma cosa. ¿O sí?
He leído un artículo de Martín Caparrós donde el
fabuloso narrador-periodista se pregunta por el valor del voto que emite
cada ciudadano. Porque si luego resulta que ese sufragio desemboca en
unas negociaciones abiertas para que izquierdas y derechas han
de fundirse "por el bien del país", si las diferencias programáticas y
los distintos estilos exhibidos en campaña deben confluir en un sólo
gobierno reformista... entonces, ¿a qué viene tanto debate y tanto rollo?, ¿para qué molestarnos en ir a las urnas?
Que Ciudadanos y Podemos se excluyan mutuamente es lo más normal. Que Albert Rivera se empeñe en telefonear a Mariano Rajoy cuando sale de hablar con Pedro Sánchez, también. Que Iglesias aspire a formar parte de un gobierno de cambio y progreso
(o sea, de izquierdas) no puede extrañar a nadie. Lo único raro es el
barullo que provoca lo del referéndum en Cataluña (o donde fuere), dado
que tal solución ya fue exitosamente utilizada por los liberales en
Canadá y los conservadores en Gran Bretaña, creando un precedente transideológico.
Lo que late en el fondo de este lío de los pactos es algo muy
inquietante: la advertencia implícita de que, en este mundo y en esta
Europa, el margen de maniobra política es inexistente. La alta
burocracia europea ya ha decidido que el futuro gobierno español tendrá
que recortar veinte mil millones sobre lo presupuestado (por el PP) para
este año. Nadie ignora qué clase de reformas habrán de hacerse
para cumplir con la ortodoxia financiera que nos domina. En nombre de
tal ortodoxia, Sánchez no para de recibir invitaciones para que se abra
de par en par. Así, conservadores, liberales y socialdemócratas
caminarán por la única vereda que los de arriba admiten. Lo de votar es
simple liturgia.
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