Puede que los aragoneses no tuviéramos una postura común sobre el
agua ni siquiera cuando salíamos (casi) todos juntos a manifestarnos
contra el Plan Hidrológico Nacional elaborado por el ministro Jaume Matas
(sí, el corrupto). En aquel momento, el PP jugaba en campo contrario y
desde Moncloa movían los hilos para crear aquí un espacio social y
mediático neutral que compensara la tremenda movilización
antitrasvase. No llegaron a conseguirlo del todo. Sin embargo, la unidad
de los que desfilaban por las calles encabezados por el presidente Iglesias era consecuencia de una inercia política y de alguna forma cultural. Allí había ya diversas sensibilidades, posturas encontradas.
Ahora, cuando poco a poco ha ido construyéndose un nuevo entramado
legal relativo al agua, las diferencias han pasado al primer plano. El
choque entre el PSOE y Podemos-Aragón a cuenta del Plan de la Cuenca del
Ebro certifica la ruptura del discurso unitario. En estos momentos, Lambán está en las antípodas de Arrojo.
El uno es un decidido partidario del Pacto del Agua, la construcción de
pantanos y la expansión de los regadíos. El otro, recién elegido
diputado por Zaragoza, es un gurú de la Nueva Cultura del Agua, ha
liderado sucesivas movilizaciones contra los embalses y defiende la normalización
medioambiental de nuestros ríos. La polémica saltó esta semana, cuando
el podemismo aragonés, junto con sus compañeros catalanes, se pronunció
abiertamente contra el citado Plan de Cuenca y exigió, entre otras
cosas, mayor protección al Delta del Ebro, sometido desde hace lustros a
una lamentable regresión.
Existe en Aragón un discurso oficial (las movilizaciones contra los
trasvases siempre estuvieron encabezadas por unas u otras autoridades),
según el cual el agua no podía irse fuera porque era preciso utilizarla
aquí "para convertir las estepas en vergeles". Por ahí se ha colado el
trasvasismo, ofreciendo pantanos y regadíos e incluso garantizando un irreal cupo hídrico de 6.550 hectómetros cúbicos.
Muchas personas no conciben la del Ebro como una cuenca cuyos ríos
discurren por diversos territorios, pero que es un todo y debe ser
protegida, mimada y gestionada de la manera más sostenible. Se cree que
es posible trocearla para repartirla litro a litro... y que si en el
Delta reivindican algo siempre cabrá dirigir a los catalanes los mismos
denuestos que llovieron sobre la gente de la montaña, por muy aragonesa
que fuera, cuando se oponía a la inundación de sus valles. Pero tras
este laberinto de emociones lo que se esconde hoy es el futuro
desarrollo de un mercado del agua, a partir de las concesiones
atribuidas a eléctricas, regantes y otros aquatenientes. Algunos quieren el agua en Aragón... Para venderla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario