En Río, España ha obtenido de nuevo unos resultados discretitos. Como
ya ocurrió en Londres y antes, 17 medallas y unas decenas de diplomas
no parece que sean motivo de tanto triunfalismo patriotero como hemos
tenido que soportar por parte de los voceros oficiosos. Es significativo
que el ligero incremento de la calidad de los trofeos respecto de los
logrados hace cuatro años (esta vez ha relucido más el oro) haya sido
acogido en los círculos gubernamentales como un exitazo de la Marca España, exponente obvio de lo requetebien que vuelve a ir este país. En fin...
Pero, al margen de si lo obtenido por nuestros deportistas de élite
es mucho, poco o regular, resulta muy curioso que, al pegarle un vistazo
al palmarés, este ofrezca una desconcertante imagen de lo que hemos
llegado a ser en el ámbito de la alta competición. Un observador ajeno a
nuestra realidad deduciría que España proyecta sus esfuerzos (y sus
presupuestos) sobre disciplinas tan peculiares como la natación, el
remo, la gimnasia rítmica o el bádminton. Y que, desde luego, el papel
de la mujer es clave y mayoritario en todos los escenarios.
El modesto medallero hispano resulta equívoco, porque incluye
deportes que reciben muy poco dinero público y están muy poco
reconocidos. Que tenemos a la mejor jugadora de bádminton del mundo es
algo de lo que la inmensa mayoría acaba de enterarse al escuchar los
gritos de Carolina Marín. La gente conocía a Rafa Nadal y a los del basket, a los demás muy poco o nada en absoluto. Es posible que a la guapa nadadora Mireia Belmonte muchos la identificasen más por sus posados como modelo que por sus proezas en la piscina. Palistas, atletas (algunos de ellos inmigrados),
gimnastas y levantadoras de peso no son famosos ni ganan sueldazos
(reservados para las estrellas del fútbol y de otros espectáculos de
masas). España apenas gasta unos euros en ellos, porque el dineral que
sí se destina al deporte subvenciona los mentados espectáculos o se
derrama por millones en el bolsillo de Ecclestone, el amo de la Fórmula 1, o en el de los motoristas de Dorna. Somos la leche.
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