Si por un milagro de los dioses (los del Olimpo, que son muy majos e
inofensivos) yo fuese deportista de élite y estuviese compitiendo en
Río, suplicaría a los comentaristas de TVE que no me alabaran, ni
predijeran mi victoria, ni me atribuyeran medallas... ni, al dorarme la
píldora más allá de toda lógica, me gafasen por completo, como es su
especialidad. Fíjense lo templado que soy para estas cosas. Pero sufro
cuando mis colegas de la pública se ponen superoptimistas con algún
miembro del equipo español. Sé que lo hacen por patriotismo y porque,
una vez más, parece que el triunfo de quienes compiten es un activo
fundamental de nuestro país, una muestra de su poderío nacional y
un hecho que sin duda ha de asombrar al resto del mundo. Sin embargo,
estos juegos vuelven a poner de manifiesto que las loas y el
triunfalismo suelen acabar en torpes excusas cuando la derrota se
complace en llevarles la contraria a los entusiasmados locutores. Que
tienen un mal fario...
A Televisión Española (o sea, al erario)
la retransmisión de los Juegos le va a costar cerca de 60 millones de
euros. Hay asuntos, bien se ve, que no admiten ahorros ni recortes.
Además, mientras le damos vueltas al medallero que se traerán a casa
nuestros representantes olímpicos, no captamos cómo el dichoso gafe se
da la vuelta y los medios públicos (incluyan Radio Nacional, TV3,
Telemadrid y casi todos los demás) se aplican con fervor a conservadurizarse. La propia TVE ya prepara nuevos desembarcos en sus informativos de periodistas adeptos. Llega, por ejemplo, Víctor Arribas., quien presentará y moderará La noche en 24horas sustituyendo a Sergio Martín, ascendido a Los desayunos de TVE
por los indudables servicios prestados a la causa. Arribas era
tertuliano habitual, y su ejecutoria derechista (iba a ponerle al
adjetivo el prefijo ultra, pero no quiero excederme) es impresionante.
Desde los días de José María Aznar y del ínclito Miguel Ángel Rodríguez no se había visto cosa semejante.
Así pasamos los días. Acabó el puente. El gran Mariano ha vuelto a casa. Donald Trump está descontrolado. Pero el verano continúa. ¡Otra cañita!
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