A Pedro Sánchez le persiguen los imposibles. El primero, el
más inmediato, tiene que ver con el veto de su Comité Federal a
cualquier entendimiento en profundidad con Podemos y los
nacionalistas periféricos. El segundo, de naturaleza estratégica, no es
sino la evidencia de que varios millones de electores (jóvenes sobre
todo), que en teoría debían estar votando socialista o al menos
considerando tal opción, no lo harán ya salvo que se produzca una
refundación en toda regla del partido. Combinando ambos factores, el
secretario general del PSOE se halla acorralado entre la espada y la
pared porque tal vez consiga (o no, que diría Mariano Rajoy)
seguir siendo oposición. Pero jamás logrará ser alternativa de gobierno.
Y con él, todas las izquierdas (divididas, enfrentadas, desconcertadas)
estarán fuera de juego. Por muchos años.
La constante infiltración de los argumentarios del PP entre los
creadores de opinión consiguió enmascarar la derrota de la derecha tradicional el 20-D creando un cordón sanitario en torno a cerca de un centenar de diputados: Podemos y los nacionalistas. Si estos eran intocables (aunque los de Rajoy siempre se han reservado el derecho a tocar
a Convergencia o PNV si hay algo que rascar), cualquier acuerdo
respetable quedaba circunscrito a unos doscientos cincuenta
parlamentarios. En tan reducido espacio, Rajoy sí podía presumir de
hegemonía aunque estuviera muy lejos de la auténtica mayoría absoluta.
Aislar a los socialistas de cualquier aliado potencial fue una jugada
maestra, que contó (y cuenta) con la complicidad de los centristas, pragmáticos y peronistas del propio PSOE, desde Felipe González a Susana Díaz. De ahí vino el inútil acuerdo con Ciudadanos, que visto desde la perspectiva actual casi da risa.
Por supuesto, Podemos y los nacionalistas colaboraron con singular denuedo en esa operación. Los majaderos amagos de Pablo Iglesias y el oportunismo propio del soberanismo centrífugo no han facilitado las cosas.
Pero Sánchez y el PSOE están ahora atrapados en el cepo. Si aceptan
el chantaje de Rajoy, mal; si se resisten... Tendrán que romper el
cerco.
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