Es verdad que el último debate sobre el Estado de la Comunidad
arrastró consigo esa situación política endiablada, que desde Madrid y
Barcelona se extiende por toda España como una especie de marea negra. Y
no es menos cierto que tal fenómeno viene trastornando simultáneamente
la gestión del Ejecutivo autónomo y la del Ayuntamiento de Zaragoza. En
estos dos ámbitos, PSOE y Podemos (por extensión IU y otros componentes
de la plataforma Zaragoza en Común) compiten en la acumulación de
torpezas y feas maniobras. La rebatiña, por supuesto, perjudica a ambas
fuerzas políticas. Pero es dudoso que Echenique, Santisteve, Pérez
Anadón e incluso el propio Lambán sean conscientes de hasta qué punto le
están haciendo el juego a esa derecha, el PP, que espera sentada a que
las revueltas izquierdas (también CHA) le hagan todo el trabajo.
El presidente del Gobierno aragonés ha admitido de antemano que sus
recursos financieros son muy limitados, y por ello su capacidad de
intervención también. Lo más tremendo de su discurso ante las Cortes fue
la confesión de que esta Comunidad necesita 600 millones más al año
para poder cuadrar sus cuentas. Entre tanto, el actual Ejecutivo se
limita a curar con breves apósitos las graves heridas causadas por los
recortes del que presidió Rudi.
No cabía esperar nada mas. Y nada más hubo. No sólo por parte de
Lambán, sino por el de casi todos los demás portavoces. Si acaso cabe
resaltar que, a estas alturas, la incapacidad de Echenique a la hora de
renovar el temario aragonés y fijar nuevos objetivos estratégicos
resulta preocupante. El líder aragonés de Podemos no se ha puesto al
día, no conoce bien las claves sociales, económicas y culturales de esta
tierra, no sabe analizar la realidad concreta, no aporta ideas de
interés general y no sale de las consideraciones ideológicas más
manidas. Así ni condiciona al Gobierno ni marca nuevos rumbos al debate
político, que sigue girando sobre sí mismo sin salir de los aborrecibles
clichés y lugares comunes. En este plan, sus advertencias sobre las
consecuencias de una eventual abstención del PSOE en una posible
investidura de Rajoy, además de confusas sonaron extemporáneas. Allí se
estaba a otra cosa.
Escribí hace unos días que Aragón esta tirado en la cuneta.
Rectifico: está tumbado a la bartola. Porque su laxitud no es tanto
consecuencia de una acción externa como de una especie de voluntad
inmovilista. La derecha (la auténtica, que Ciudadanos ni siquiera
alcanza la condición de remedo) no ofrece nada que no sea mantener las
rutinas más conservadoras (en el peor sentido del término) y oponerse a
cualquier novedad. Las izquierdas, enredadas en sus líos, se muestran
incapaces de convertir sus programas en acciones fructíferas: reformando
la administración, optimizando la productividad del sector público
(sociedades incluidas), consolidando los servicios, lanzando programas
de apoyo a la economía productiva, abandonando los proyectos fallidos
que lastran los presupuestos y vampirizan los fondos especiales de
inversión... Mientras, una ciudadanía abúlica y resignada, se deja
llevar... hacia ninguna parte.
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