Para que Mariano Rajoy siga siendo presidente del Gobierno, el
sistema ha sido forzado con tal brutalidad que ahora está
desencuadernado, hecho trizas. Quizás alguien, en algún lugar
importante, llegó a la conclusión de que las terceras elecciones traían
consigo demasiados riesgos; que ese relato según el cual el PP estaba ya
tocando la mayoría absoluta con la punta de los dedos no pasaba de ser
una suposición bien fundada... o no.
Solo así se explica, vistas
las cosas en su conjunto, ese estrujamiento del PSOE que ha roto el
partido de forma tan radical y suicida. España entera se ha dislocado.
Las consecuencias políticas se proyectan de manera tan distinta en cada
territorio que es imposible imaginar cómo se podrá cohesionar un
conjunto tan disjunto (valga la expresión). Y todo ello por la única y
exclusiva razón de que el citado Rajoy debía ser jefe con un triste 33%
de los votos. En minoría. Sin poder trabar algún tipo de pacto factible.
Con la obligación de reajustar los presupuestos, sea por la vía del
recorte duro o mediante el incremento de los ingresos. De los ingresos,
¿de quién?
Tengo la sensación de que se nos escapa algo. Don
Mariano volverá a entrar en Moncloa, pero esta vez por la puerta de
servicio, casi como un intruso. No cabe suponer que la problemática
coyuntura se haya resuelto (ni amortizando los estrepitosos casos de
corrupción, ni aunque el PSOE siga exhibiendo sentido de Estado). Me
temo que la verbena solo ha empezado. Ahora viene la traca.
Es
verdad que la desmesura política se extiende por todo Occidente,
supuesta reserva espiritual de la democracia de alta calidad. Pero en
España estamos asistiendo a un alarde de irresponsabilidad cuyas
consecuencias pueden ser muy graves. No es normal ver a la derecha
celebrar con semejante entusiasmo una decisión del Comité Federal del
Partido Socialista. Cuando se produce un contradiós tan palmario, es
porque la lógica ya no funciona. Hasta Rajoy ha tenido que darse cuenta
de que aquel sentido común, tan suyo, le ha abandonado.
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