Pienso lo mismo que entonces: Susana Sumelzo encabezó la candidatura
zaragozana del PSOE al Congreso. por decisión directa de su padrino
político, Javier Lambán. El dedazo la acreditaba como una protegida del
aparato, una más entre los cuadros jóvenes prefabricados a golpe de
cooptación. Y siendo asimismo hija de un empresario de la construcción
ejeano, agraciado no pocas veces con la concesión de obras públicas, su
perfil venía a ser de una perfección insólita.
Claro que aquella era otra Susana. O quizás es la actual la que se ha
transmutado en una diputada consecuente, comprometida y dispuesta a
sostener la palabra dada a los electores por encima de cualquier golpe
de mano en el seno de su partido. De la joven pupila de Lambán, que este
envío a Ferraz para ser sus ojos y oídos en la dirección del PSOE, ha
surgido una militante con personalidad propia, capaz de enfrentarse con
su mentor de antaño y de jugarse el tipo (político) en un inaudito
ejercicio de coherencia.
Yo no sé cómo ni cuándo se produjo ese cambio. En qué momento Sumelzo
rompió amarras y entregó su adhesión a Pedro Sánchez y a lo que este
intentaba representar. La propia interesada ha intentado explicar su
evolución sin conseguir aclararlo todo, porque todavía no domina las
claves básicas del lenguaje político. Pero su argumentación, aunque
simple, es efectiva: ella prometió en campaña que nunca utilizaría el
voto recogido en favor de Mariano Rajoy.... y a ello se remite.
Lo importante en este caso es que, con su firme actitud, Susana
Sumelzo no gana nada. Al contrario. Por eso su «no es no» se convierte
en un alarde de valor político. A partir de este momento ya no puede
esperar más promociones ni parabienes. No habrá para ella escaños ni
cargos ni secretarías ni puestos en el Federal. Adiós al poder y a las
influencias. Tal vez le hagan un hueco los trescientos rebeldes que ya
se están organizando en Zaragoza. Pero los días de gloria quedarán
atrás. Sí, entró de gorra. Pero se va por la puerta grande.
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