Algunas confesiones en el juicio del caso Gürtel, o en el referido a
las tarjetas black de Caja Madrid, producen una extraña estupefacción,
como si estuvieses oyéndolas tras haberte metido al cuerpo un
psicotrópico potente. No obstante, cuando Correa nos abrió su
atormentado corazón, el colocón casi se nos descoloca. Un poco más de
rollo no nos vendría mal, cantaban los de Tequila. Ya lo creo. Porque
ayer las personas sensibles acabaron convertidas en estatuas de sal, al
constatar que el partido de los sobres, las comisiones, la sede del
«Sésamo abrete», los regalos, las campañas pagadas en B, las contratas
trucadas y las cuentas paradisiacas es en la actualidad la única opción
factible para gobernar España. Muy honda ha de ser la crisis en que
estamos sumidos para llegar a semejante extremo: que, acobardadas por
las reglas de acero del pensamiento único, muchas personas acepten
entregar el timón de la nave a presuntos ladrones antes que a posibles
radicales.
Rajoy, por supuesto, sigue tan tranquilo. Callado... y
admirándose de cómo han venido las cosas, tan bien rodadas que el
sepelio a hostia limpia del PSOE se ha solapado con el momento más sucio
de la extensa peripecia judicial de su partido. De esta manera, cuando
la socialdemocracia sea un fantasma sureño, Podemos (línea oficial) se
empeñe en discursear sobre lo que debe ser ignorando lo que es,
Ciudadanos vuelva a casita y los nacionalistas de la periferia sean
exorcizados con abundante agua bendita (salvo, si acaso, los del PNV,
que tienen ADN jesuitico)... el PP habrá retornado al papel de partido
hegemónico que alcanzó en las elecciones de 2011. ¡Cuánto les debe la
derecha a Correa, al Bigotes y a don Luis Bárcenas!
Aunque, claro,
esta es la foto fija a fecha de hoy. Pero como la realidad ya no está
líquida sino gaseosa, vayan ustedes a saber qué pasara de aquí a un
tiempo. De momento nos queda la alucinante sensación de que esos
señorones sentados en el banquillo (y sus jefes y sus cómplices), nos
robaron por el bien de todos. Que gobiernen, oye.
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