Ni Alfredo Pérez Rubalcaba ni Mariano Rajoy hablaron de la corrupción en su famoso cara a cara, pero la cuestión está ahí, candente y abrasadora como un hierro al rojo. España imita a la Dinamarca de Hamlet, y en los últimos días la opinión pública ha sabido que el caso Palma Arena (centrado en la gestión del conservador Jaume Matas al frente del gobierno balear) salpica a Iñaki Urdangarín, duque de Palma y yerno del Rey, o que está en marcha una investigación (relacionada con el caso Campeón) para determinar si el actual ministro de Fomento y portavoz del Gobierno, el socialista José Luis Blanco recibió, o no, comisiones ilegales. Por si no hubiera suficiente con la ruina de Italia y sus repercusiones sobre nuestra prima de riesgo, la realidad es cada vez más confusa y retorcida. Pese a todo, el debate a cinco retransmitido en la noche de ayer resultó mucho más interesante, profundo y concreto que el protagonizado el lunes por Rubalcaba y Rajoy.
¿REGENERACIÓN? La corrupción es una lacra perfectamente reconocida por cualquier partido político... siempre que se trate de asuntos que salpiquen a otras formaciones. El círculo de las acusaciones mutuas no tiene fin: la vieja historia de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Dolores de Cospedal dijo ayer en Ávila que España necesita un gobierno que no haga "política de gasolinera". Se refería, por supuesto, al ministro Blanco y a su extraña (para algunos, sospechosa) cita con el empresario Jorge Dorribo en una estación de servicio. "Aquél que fue el gran inquisidor de los demás --agregó--, ahora no quiere aplicarse la misma vara de medir". Pero Cospedal se olvidó de sus imputados; por ejemplo de la trama Gürtel, que ha causado estragos en las filas conservadoras. Tampoco Rajoy quiso acordarse en la misma Mallorca del caso Palma Arena, el mismo que ha obligado a la Casa Real a declarar que no opina sobre actuaciones judiciales en marcha.
Rosa Diez reclama una ley que impida a los imputados ocupar cargos públicos. Un objetivo utópico; tanto como pueda serlo la reforma de la normativa electoral para lograr que el precio en votos de cada diputado sea más equilibrado. En Izquierda Unida obsesiona también esa cuestión. Y menos mal que la Junta Electoral Central concedió a la coalición el asiento en el debate a cinco que andaba disputándose con Esquerra Republicana de Catalunya. Porque, claro, IU obtuvo en el 2008 un millón de votos y sólo dos diputados; ERC, con trescientos mil votos, se llevó tres diputados. No, no parece lógico.
CINCO VOCES CiU, PNV e IU esperaban con impaciencia su momento bajo las cámaras. Debatieron anoche, en un modesto set de TVE. Polemizar a cinco voces siempre resulta complicado. Sin embargo se pusieron sobre la mesa más asuntos (algunos fundamentales) que en el cara a cara entre los grandes. Las intervenciones tuvieron rigor, fondo y en algunos casos fueron presentadas con notable elocuencia.
Convergencia, representada por Pere Macías tuvo ocasión de proponer una vez más un pacto fiscal entre el Estado y Cataluña. Josu Erkoreka, en nombre del PNV, supo hablar del País Vasco pero también de la situación global. Llamazares, que esta vez relevó a Cayo Lara como voz y figura de IU, buscó con tenacidad y buenos argumentos el voto de la izquierda y de los socialistas desencantados. PSOE y PP enviaron a Ramón Jáuregui y a Alberto Ruiz Gallardón, respectivamente. Ambos mejoraron notablemente la anterior actuación de sus jefes máximos.
REPITIENDO En lo de aguantar quieto en la mata repitiendo hasta la saciedad el argumentario más elemental, el PP se lleva la medalla de oro. Rajoy parece a estas alturas un androide programado con un único e inaprensible mensaje. Le están sobrando todos los días que quedan hasta el 20-N. Y se le nota.
Flotando por el éter, a caballo de la crisis y el paro, los conservadores evitan liarse. Y aun así, a veces se arman pequeños líos. Por ejemplo, la privatización de las televisiones autonómicas propuesta por González Pons ha sido replicada por sus correligionarios gallegos. Y las declaraciones de Cristóbal Montoro en Gerona, apoyando con entusiasmo el desarrollo del corredor mediterráneo dentro de la Red Transeuropea de Transporte levantaron ampollas en Aragón, Castilla-la Mancha o Extremadura, donde defienden un eje propio a través de un túnel en el Pirineo central.
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