Pasó el instante crucial, el tremendo choque dialéctico bajo los focos y las cámaras. Si alguien esperaba que del cara a cara entre Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy emergiera un vencedor indiscutible, sin duda ayer acabaría la noche frustrado. Cada cual podrá, por supuesto, coronar de laurel a su candidato favorito; alabar la incisividad del socialista o el sentido de la realidad del conservador. Pero al margen de gustos particulares lo cierto es que, bajo la invisible moderación de Manuel Campo Vidal, los aspirantes a presidir el próximo gobierno de España no supieron, no pudieron o no quisieron ir más allá de las habituales vaguedades. Todo lo que dijeron era previsible. Hoy, los previamente convencidos lo estarán un poco más, los indecisos... seguirán dudando.
TOMA Y DACA El cara a cara fue presentado, una vez más, como un acontecimiento extraordinario, prodigioso casi. Tal vez así se justificaban los 550.000 euros que costó su puesta en escena (la televisión es cara, ya se sabe). En realidad, no resultó tan distinto de una sesión de control al gobierno en el Congreso o de un debate sobre el estado de la nación.
Rajoy llevaba la lección bien aprendida tras cuarenta y ocho horas de trabajo con asesores y entrenadores (demás leyó parte de sus intervenciones). Su planteamiento fue simple y efectivo: describió con datos precisos la realidad, enjuició de forma muy pormenorizada la labor del actual gobierno socialista; sin embargo pasó de puntillas sobre sus propias intenciones y no quiso explicar nada de lo que dice su programa. Rubalcaba también traía estudiado... ese mismo programa, el del PP. Pretendió confrontar las propuestas conservadoras con las de su partido y acorralar así a su adversario. Con sus preguntas quiso romper la estructura rígida del programa y abrir una discusión más viva. No lo logró del todo porque el candidato del PP siempre podía volver a poner por delante los cinco millones de parados, las pymes arruinadas, el aumento de la desigualdad... todo lo cual es indiscutible. Pero el del PSOE sí fue capaz de sacar a la luz la fantasmagórica (e inquietante) naturaleza de algunas propuestas conservadoras.
Claro que Rajoy partía con ventaja. Podía limitarse a pasar el trámite sin mayores complicaciones. Rubalcaba iba más acelerado, mas nervioso; necesitaba exprimir la ocasión al máximo e inventarse sobre la marcha una piedra filosofal capaz de convertir las el plomo de la crisis en brillante oro electoral. Difícil.
FORMATO RÍGIDO Antes de que ambos candidatos llegaran al imponente set en el que se celebró el debate, los especialistas en comunicación política advertían de que este acto no influiría apenas en la actitud del electorado. El pescado está muy vendido. Además, el formato de estos cara a cara es muy rígido. Los protagonistas no interactúan sino que van turnando sus respectivos monólogos controlados al segundo por cronometradores de la Liga ACB. Así es imposible que ninguna de las dos partes se desestabilice, ni que salgan a la luz revelaciones transcendentes capaces de conmover a los votantes. Mucho menos a quienes ya estuviesen decantados a favor del PP; compacta masa cuya fidelidad y determinación aparecen de manera contundente en cada sondeo. Ante tal situación, el PSOE sólo podía esperar, en la noche de ayer, atraerse la voluntad de los electores progresistas (¿cuántos?) que han llegado a la campaña llenos de dudas o claramente desmoralizados. Es ahí donde radica la última esperanza de Rubalcaba y los suyos.
En el PP lo saben y por eso sus principales candidatos se lo toman con calma y van a por todas. Manejan ya un discurso moderado, gubernamental; aunque tampoco renuncian a remover las pasiones mas derechistas. Son como el cetáceo que recorre el mar con la enorme boca abierta, engullendo cuanto se cruza en su camino. Votos por un tubo.
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