Transcurre el puente de Todos los Santos bajo el impacto de la última Encuesta de Población Activa. Los cinco millones de parados son un hecho. Y aunque algunos arguyen, con cierta lógica, que tal cifra ha de estar forzosamente matizada por la existencia de empleo sumergido, a nadie le pueden caber dudas sobre la gravedad de la situación. Porque lo malo de todo esto es que no hay visos de que se vayan a crear puestos de trabajo a corto o medio plazo. Las organizaciones empresariales y la gente de la onda ultraliberal quieren despido gratuito, contratos aún más precarios, bonificaciones, desaparición de derechos laborales... pero tales medidas están destinadas a depurar plantillas e incrementar la competitividad y los beneficios a costa de los empleados, no a reducir el paro.
La pretensión de convertir el puesto de trabajo en un privilegio que su beneficiario debe pagar soportando bajos salarios, inestabilidad, indefensión y absoluta atonía sindical está a punto de convertirse en doctrina oficial. Menudo desastre. Los modelos más brutales de explotación laboral son objeto de alabanza y admiración. En este plan, el desideratum de los sectores más duros y cerriles de la patronal sería la generalización del tipo de contrato por el que se rigen las stripers de Las Vegas. Hacen una prueba y si el dueño del local las ve bien, las ficha. No cobran sueldo, sino que son ellas las que pagan una tarifa por subirse a la tarima y usar las instalaciones del garito. Sus ingresos proceden de las propinas que los clientes les van metiendo en el tanga o de lo que se sacan en los reservados. Aun así existe paro en el sector. Y más ahora que la mega ciudadciudad del vicio se ve duramente castigada por la crisis.
Para que emerjan puestos de trabajo tiene que haber actividad, consumo, movimiento. Y eso no podrá ocurrir si los sueldos bajan, la inseguridad se apodera de los trabajadores y los derechos saltan por los aires. El empleo se retroalimenta. El paro no se combate generalizando la depresión y la miseria. La codicia, la insolidaridad y el individualismo nos están metiendo en un peligroso círculo vicioso. A ver cómo lo cuadramos.
La pretensión de convertir el puesto de trabajo en un privilegio que su beneficiario debe pagar soportando bajos salarios, inestabilidad, indefensión y absoluta atonía sindical está a punto de convertirse en doctrina oficial. Menudo desastre. Los modelos más brutales de explotación laboral son objeto de alabanza y admiración. En este plan, el desideratum de los sectores más duros y cerriles de la patronal sería la generalización del tipo de contrato por el que se rigen las stripers de Las Vegas. Hacen una prueba y si el dueño del local las ve bien, las ficha. No cobran sueldo, sino que son ellas las que pagan una tarifa por subirse a la tarima y usar las instalaciones del garito. Sus ingresos proceden de las propinas que los clientes les van metiendo en el tanga o de lo que se sacan en los reservados. Aun así existe paro en el sector. Y más ahora que la mega ciudadciudad del vicio se ve duramente castigada por la crisis.
Para que emerjan puestos de trabajo tiene que haber actividad, consumo, movimiento. Y eso no podrá ocurrir si los sueldos bajan, la inseguridad se apodera de los trabajadores y los derechos saltan por los aires. El empleo se retroalimenta. El paro no se combate generalizando la depresión y la miseria. La codicia, la insolidaridad y el individualismo nos están metiendo en un peligroso círculo vicioso. A ver cómo lo cuadramos.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/martes 1.11.2011
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