Alfredo Pérez Rubalcaba no se rinde. Ha sacado fuerzas de flaqueza y cuenta con su amigo Felipe González para responder al desafío conservador. El expresidente ha vuelto a los ruedos y ayer, nada menos que en Valencia, afiló el verbo y la ironía para replicar a Mariano Rajoy. Si el PP proclama que Felipe, el famoso encantador de serpientes, representa un pasado inconveniente, el aludido está listo para reivindicar ese mismo pasado, su pasado. Que tal planteamiento llegue a calar en la actual opinión pública es una incógnita. Pero los viejos rockeros del socialismo español no parecen dispuestos a tirar la toalla. Al otro lado, Rajoy, quien supuestamente no se juega casi nada en el cara a cara de hoy, se ha tomado tan en serio la confrontación que ha dejado la campaña durante 48 horas para preparar su intervención con la ayuda de Soraya Sáenz de Santamaría y otros asesores. Por si acaso.
EL RETORNO DE DIOS Hubo un tiempo en que los suyos acabaron por adjudicarle en la intimidad una condición casi divina. Felipe González, expresidente, setenta años de edad, abrió la campaña en Dos Hermanas y ayer, en la plaza de Toros de Valencia, ante diez mil personas, toreó al alimón con Rubalcaba para afrontar directamente las pullas del PP. Rajoy le había situado (a él y a Guerra) en el pasado, reivindicando para sí el futuro. Felipe González respondió entrando al cuerpo a cuerpo: "¿Y este personaje, con su indolencia, su reposo, su aire de ocioso del siglo XIX jugando la partida en el casino, dice que yo represento el pasado?" Los incondicionales se partían de risa.
Mariano Rajoy no dio la dúplica porque ayer estaba en otra cosa. En su nombre, María Dolores de Cospedal, presidenta de Castilla-La Mancha y número dos del PP entró en liza. Hablaba en Badalona, una plaza arrebatada en mayo a los socialistas con tácticas que rozan la xenofobia. Allí acusó a Rubalcaba de sumergirse "en la irresponsabilidad, el pasado, el rencor y la división"... por recurrir a González para movilizar al electorado.
OTRAS NOSTALGIAS El quid de la cuestión está en saber si Felipe González (o el propio Rubalcaba) representa ante la ciudadanía un pasado feliz. Pudiera ser. Pero existen dos factores adversos fundamentales. El primero, la distancia que separa el tiempo presente de los años 80 y de la primera mitad de los 90. El segundo, la evidente querencia de amplias capas de la población por un pasado más cercano, el de los últimos quince años, cuando se consagró de verdad la cultura del hiperconsumo. Frente a un presente lleno de incertidumbres y un porvenir repleto de amenazas, millones de españoles añoran el tiempo feliz de las burbujas (la financiera, la inmobiliaria) de cuya pérdida culpan a José Luis Rodríguez Zapatero. Y aún creen que el Partido Popular les puede devolver aquel paraíso perdido. Al menos apostarán su voto a todo o nada. Angela Merkel, la cancillera ceniza, augura diez años de sangre sudor y lágrimas. Mejor no escucharla.
En este contexto tan complejo y tan cargado de ansiedad, temores y equívocos, el cara a cara de hoy se convierte en un momento clave, un acontecimiento crucial... o no.
Resulta curioso que, pese a la displicencia con la que el PP afrontaba el mano a mano entre su candidato y el del PSOE, Rajoy haya hecho un alto, se haya replegado a la más estricta intimidad y esté preparando cuidadosamente un duelo que en teoría incluso podría permitirse perder. Revisa fichas sobre los temas a discutir, ensaya poses y estilo, hace guantes con sus colaboradores.
En apariencia, el líder de la derecha lo tiene claro (y fácil). De acuerdo con el argumentario habitual expondrá la situación en términos sencillos: cinco millones de parados, miles de empresas barridas del mapa, una economía átona, reducción de sueldos en el sector público, congelación de pensiones... Rubalcaba replicará con su lema: "Queremos superar la crisis sin dejar a nadie atrás" y acusará al PP de querer cargarse el estado del bienestar. Rajoy negará la mayor ("No tocaremos las inversiones sociales", dijo ayer Cospedal en un mitin celebrado por la tarde en Huesca). Y entonces será el momento de apelar a la fe de los votantes. El socialista ofertando propuestas progresistas recuperadas del baúl de los recuerdos; el conservador prometiendo lo contrario de lo que hace su partido en las comunidades y ayuntamientos que ya gobierna.
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