Alfredo Pérez Rubalcaba clama por el voto útil con una urgencia rayana en la desesperación. "Echadme una mano. o mejor echadme las dos", pidió a los socialistas de Guadix. Pero ya no está tan claro que el electorado de izquierdas vaya a reaccionar como en el 96. Por lo menos Cayo Lara, el coordinador y primer candidato de IU, lo descarta. Ya se ve al frente de un grupo parlamentario más nutrido de lo que preveía inicialmente. Mariano Rajoy, por su parte, cuenta con voto útil a mansalva. Cada incremento en la prima de riesgo le acarrea otro cargamento de sufragios. Él, por su parte, sigue pronunciando discursos vagorosos, patrióticos pero muy elusivos cuando de describir el futuro se trata. En el PP y su entorno, sin embargo, cada vez son más los que dan por sentado que la crisis obligará a aplicar medidas de ajuste duro, muy duro. Cuentan con que José Luis Rodríguez Zapatero siga corriendo con el gasto aunque ya no esté en La Moncloa.
MARATÓN Ayer, precisamente, Rubalcaba y Zapatero coincidieron por primera y única vez en un mitin. Se celebró en Málaga, bajo el lema "El pasado y el presente del PSOE se dan la mano". Antes, el candidato socialista se había pegado un soberbio palizón, recorriendo Andalucía desde Almería a Guadix, de allí a Jaén y luego a Antequera. En algún momento llegó a ir retrasado dos horas sobre el cronograma previsto. Estrés a tope.
El PSOE intenta remontar como sea. "No podemos permitirnos el lujo de fragmentar el voto de izquierdas", advirtió Rubalcaba. Sin embargo habrá que ver si el electorado progresista se moviliza como en otras ocasiones o se inhibe o más bien se siente libre para votar lo que le plazca, aunque no sea útil. El concepto de utilidad podría estar cambiando. La ambigüedad del programa conservador y el creciente descaro de dirigentes del PP a la hora de hablar de ajuste y medidas "duras" están impactando de forma muy relativa en una opinión pública atemorizada ante la incontrolable tormenta económica que ha zarandeado sin tregua al Gobierno (socialista). Hay desconcierto, hay confusión y hay unas ganas enormes de salir de ésta como sea.
"Estas elecciones son tan importantes como las del 77. Nos jugamos el Estado del Bienestar", argumenta Rubalcaba. Rajoy dice algo muy parecido: "Estamos en un momento crucial, o seguimos arrastrados por el suelo o empezamos a ver la luz al final del túnel". La diferencia radica en que el candidato del PP va con todo el viento a favor y puede ofrecerse como la última opción. De perdidos, al río.
El acoso especulativo a la deuda española es probablemente un acicate suplementario para quienes van a votar a la derecha. Y permite a sus voceros oficiosos avisar de que el inmediato futuro traerá recortes sin piedad. Más aún: tomando como referencia las palabras de María Dolores de Cospedal sobre la reacción que puedan provocar dichos recortes, en el entorno del PP reclaman actitudes enérgicas cuando llegue la hora de ejercer el poder.
PROMESAS En tanto llega la hora de gobernar y hacer "lo que se tenga que hacer", Rajoy promete un feliz (e increíble) porvenir. Los mercados se pondrán de dulce, Europa dejará de darnos instrucciones, volveremos a crecer, habrá agua para todos, reinará la concordia... Mejor, imposible.
Y todavía hay más munición para los conservadores y sus terminales mediáticas. Si el actual portavoz del Gobierno, José Blanco, va de cráneo con el caso Campeón, el presidente andaluz, José Antonio Griñán, afronta el último auto de la jueza Mercedes Alaya, que vuelve a situarle en el resbaladizo ámbito del caso de los ERE. Para más recochineo, dicho auto se produce a petición del PP, que está personado en la causa. Así, Javier Arenas, el líder de la derecha andaluza pudo regodearse ayer en un mitin en Marbella y asegurar a los asistentes que el PSOE tiene "pánico a la verdad".
En paralelo a la campaña, crece el debate teórico sobre la trastienda de la crisis. En ese turbio lugar se están acumulando demasiados fenómenos en los que sólo reparan los analistas más sofisticados y los ciudadanos mejor informados: la hegemonía global del capital financiero, la extensión del poder Alemán sobre Europa, la sustitución del capital productivo por el capital especulativo, la depreciación de la política y de la soberanía popular... La realidad es más compleja que nunca. Las deterioradas instituciones democráticas deben dar respuesta a desafíos económicos que emergen a la velocidad de la luz y están determinados por patrones matemáticos, por fríos programas informáticos.
Pero, claro, todo esto no encaja en los mitines.
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