El impacto causado por los recientes paros en servicios públicos
privatizados (basuras de Madrid, autobuses de Zaragoza y otros) debería
habernos alertado sobre la anomalía que supone dejarlos en manos de
empresas cuyo única razón de ser es el ánimo de lucro. Pero no, el
Gobierno, alarmado sobre todo por el impacto del conflicto madrileño, ha
llegado a la (interesada) conclusión de que el problema no se arregla
ni controlando directamente la limpieza de la capital ni relevando lo
antes posible a una alcaldesa cuyas limitaciones de todo tipo son
clamorosas. Será mucho mejor darle un buen tiento a la regulación de los
servicios mínimos para reducir el derecho de huelga a un simple e
inocente factor simbólico.
La vicepresidenta Sáenz de Santamaría
nos dice que esperemos a ver, que previamente se hablará con los
agentes sociales y demás. Pero a la vista de por dónde van las cosas en
este bendito país, sería ingenuo no esperar que huelgas y servicios
mínimos sean normatizados en línea con la seguridad ciudadana (o más bien orden público)
para alumbrar una sociedad convenientemente comprimida y amordazada.
Todo ello, naturalmente, fundamentado en esos argumentarios, tan del
gusto de la TDT Party, cuyo tufo a autoritarismo puro y duro tira hacia atrás.
La reducción (e incluso la desaparición) de los diversos derechos que
la Constitución enuncia de manera general tiene una imparable dinámica
interna. Si se priva a la gente de una vivienda y un trabajo dignos, si
se reducen los salarios y los convenios son papel mojado, si se abarata
el despido, si, en fin, hay seis millones de parados muchos de ellos sin
ingreso alguno... no cabe permitir que la ciudadanía disponga de formas
efectivas de protesta. Hay que descafeinar manifestaciones, huelgas y
boicots hasta reducirlos a una gesticulación inocua. El pretexto para
ello es que estas expresiones producen molestias y generan pérdidas
económicas. Pero es que ésa es en buena medida su función. Si pasan
desapercibidas o casi, ¿qué sentido tendrán?, ¿para qué han de servir?
Esto se pone feo, pero feo-feo.
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