En estos tiempos, hablar de tormentas perfectas es una manoseada
obviedad. Pero el conflicto en los autobuses de Zaragoza ha sido tan
ejemplar en lo negativo, tan expresivo en cuanto a su carácter
poliédrico, que compararlo con un huracán de grado máximo es inevitable.
Fíjense en todos los factores concurrentes. De un lado, un ayuntamiento
que a lo largo de decenios ha ido convirtiéndose en el seguro servidor
de las empresas a las que adjudica los principales servicios. Ha
ofrecido a dichas compañías beneficios seguros (en el caso de los
autobuses, el 15% sobre cualquier gasto). Ha renunciado a controlar el
cumplimiento de las condiciones de las contratas. Ha renovado las
concesiones de manera automática creando auténticos monopolios. Ha
engordado, en suma, a unas fieras capaces de ir por su cuenta y de
adaptar la prestación del correspondiente servicio a su desmedido afán
de lucro, no a la satisfacción del vecindario. En el caso de TUZSA
(ahora, AUZ) la permisividad ha alcanzado cotas inimaginables. No es
raro que esta sociedad haya dado en los últimos años pingües ganancias.
La empresa se ha lucido con su dureza e insensibilidad. Hablamos además
de un ente inaprensible, que hasta lograr la última concesión por diez
años pertenecía a una sociedad de capital riesgo británica y justo
cuando obtuvo la nueva contrata y dispuso la reducción de la plantilla
fue vendida a un grupo mexicano. Un pase intolerable y lleno de
incógnitas, pues está claro que el transporte de viajeros en Zaragoza
fue usado para obtener un lucro adicional en condiciones opacas.
Cerrando el círculo vicioso tenemos al comité de empresa, al CUT (el peculiar sindicato mayoritario) y a su presidente, Javier Anadón.
Decir que su gestión del conflicto ha sido imprudente, sobrada y no
exenta de episodios oscuros sería lo mínimo si pretendemos tratar este
tema con objetividad. El citado comité ha estado jugando al límite con
todo lo que había sobre el tapete (despidos, convenio, negociaciones,
huelga) y el resultado final no justifica el esfuerzo que ha exigido a
la plantilla y que ha proyectado sobre la ciudad.
Para llegar a
donde se ha llegado no hacían falta dos meses de paros sistemáticos.
Pero las partes querían un choque de trenes y eso han tenido. En
semejante contexto habría que darle la razón a la teniente de alcalde de
Servicios Públicos, Carmen Dueso, lógicamente desesperada por tener que capear tan desproporcionado temporal.
¿Y qué hay de fondo en todo esto? Pues que los servicios públicos en
manos privadas no funcionan bien. Así de claro. Cualquier día de éstos
nos toparemos con FCC y la limpieza. Ya puede Dueso armarse de paciencia
y agudizar el ingenio.
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