Todo se está
torciendo y nuestro Estado, que quisimos del Bienestar y de Derecho,
deriva en unas nuevas circunstancias en las que la democracia se
desnaturaliza y el pueblo pierde soberanía y derechos de una sola
tacada. Los servicios públicos se van al garete, mientras educación,
salud y pensiones pasan a convertirse en un negocio sin contemplaciones.
Los ministros del Reino de España se aplican a destruir aquello que les
fue confiado (lo de Wert clama al mismísimo infierno). La Ley y la Justicia evolucionan de regreso a los tiempos oscuros.
El Gobierno, en uso de sus atribuciones, está reorganizando a su aire
la Unidad de Delitos Económicos y propone una nueva Ley de Seguridad
Ciudadana perfectamente autoritaria. La instrucción de los sumarios
relacionados con la corrupción (sobre todo si el marrón atañe al bendito
PP y a la gente de orden en general) avanza a paso de caracol camino de
no se sabe que prescripción, desestimiento o archivo. Nos prometen una
transparencia de mentira mientras constatamos que las administraciones
del Reino de España son de las más opacas del mundo (Hemisferio Sur
incluido).
Eso sí, somos muy cuidadosos con las formas y el
protocolo. Las ridículas bravatas de un diputado catalán radical (no sé
en qué sentido, pero radical sin duda) han causado más lamentos e
impacto que la repugnante forma en que Rato y Serra se quitan de encima la ruina de Bankia y Caixacatalunya, respectivamente. Todo perdonado, oye. Como lo del Prestige.
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