El Congreso Iberoamericano empezó con la policía en la puerta para
comprobar que los asistentes al acto inaugural no llevaban bajo el
abrigo camisetas contestatarias. La cultura, ya se sabe, es en sí misma
subversiva y toda vigilancia es poca.
No sé que pasará hoy en este Congreso, porque vienen el príncipe Felipe y Terminator Wert.
El primero, la verdad sea dicha, es una especie de ectoplasma real (o
sea, real de realeza no de realidad) a quien se le está pasando el arroz
mientras su padre entra y sale de los quirófanos. Pero el segundo es un
personaje mucho más concreto. Se ha empeñado en que la educación se
adapte como un guante a las categorías sociales, de forma que las clases
altas vuelvan a tener el monopolio de las titulaciones superiores y de
la formación en el extranjero. No se sabe si apunta a tal objetivo con
el fin de poner las cosas en su sitio (en estos tiempos tan vintage) o para evitar que España se nos llene de sabios jóvenes angloparlantes y las limitaciones idiomáticas del señor Rajoy y de la señora Botella canten demasiado.
La cultura es un requisito fundamental para armar democracias de
calidad. Pero los instrumentos para la divulgación del conocimiento
(sobre todo las teles, la música pop comercial y el cine blockbuster)
apuestan por el entretenimiento más ramplón y vacío, no sea que el
personal espabile. El universo digital está controlado por un estricto
oligopolio de grandes compañías, con Google a la cabeza, y las
operadoras que llevan internet a las casas se forran (por lo menos en
España) ofreciendo el acceso a contenidos gratuitos. La educación de las
masas queda en manos de Wert y sus acólitos, mientras la democracia
pierde gas a marchas forzadas ahora que la derecha (capitaneada por sus
telepredicadores orgánicos) defiende la futura ley Fernández con un argumentario primorosamente calcado del que se utilizaba en tiempos de Franco para justificar la dictadura.
Así que cuidado con las camisetas. No se admiten verdes... ni
naranjas ni negras ni blancas ni rojas ni arcoiris. Mejor, camisa y
corbata. Recuerden: los rojos no llevaban sombrero.
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