No es fácil mantener la coherencia. Uno puede celebrar que PP y PSOE
cierren un nuevo pacto antiterrorista, pero a renglón seguido ha de
expresar su recelo respecto del contenido de dicho pacto. ¿Por qué? Pues
porque el actual Gobierno es experto en legislación genérica
que lo mismo puede servir (en el asunto que nos ocupa) para afrontar la
violencia yihadista que para reprimir en condiciones excepcionales
cualquier protesta social radicalizada. También porque los
excesos policiales han dejado de ser una rareza: a los terribles sucesos
documentados en el ya famoso reportaje Ciutat Morta hay que
sumar otros casos en los que unidades y agentes (de las locales, de la
Nacional y de las autonómicas) se han pasado de la raya. Hablo de
corrupción, del fallecimiento de detenidos en circunstancias oscuras, de
torturas o incluso de falsificación de pruebas científicas. No
es lo habitual. Aunque produce cierto vértigo saber que el testimonio
ante los tribunales de un policía prevalece sobre el de cualquier
ciudadano.
El debate en los foros (desde las barras de los bares a Twitter) es
un laberinto. Quienes ayer se descojonaban de los criterios paritarios y
las listas cremallera, hoy resaltan el machismo de Syriza, al
no incluir una sola mujer en el Gobierno griego. Quienes desdeñaban las
constantes corruptelas de los suyos (pongamos por caso los viajes por
cuenta del Senado del actual presidente extremeño), se rasgan las
vestiduras al comentar la que ellos llaman beca de un dirigente
de Podemos (en realidad un contrato temporal por un modestísimo
sueldo). Quienes aplaudían hasta romperse las manos cuando los jefes
inauguraban aeropuertos absurdos, promovían grandes premios
automovilísticos, levantaban megaedificios emblemáticos u organizaban
carísimos festivales y eventos, ahora reniegan de todos y contra todos.
Para colmo está empezando a desarrollarse una teoría interesada, según
la cual la corrupción y el despilfarro tampoco han sido para tanto ni
por supuesto han gripado el sistema ni han puesto en crisis el entramado
político. ¡Y aún no han empezado las campañas electorales!
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